Pedro García Casas: «La crisis cultural no ha dejado intacta a la Iglesia»
Sacerdote y profesor universitario, acaba de coordinar el libro Luz y sanación (Rialp), donde diversos autores como Patrón Wong, Buttiglione o Juan de Dios Larrú, entre otros, abordan, desde la fe y la razón, la herida de los abusos en la Iglesia y los caminos de esperanza que se abren a partir de la verdad, la justicia y la gracia.
—¿Por qué otro libro más sobre abusos sexuales en la Iglesia?
—Porque la Iglesia no puede cansarse de mirar a la verdad, aunque resulte dolorosa. No basta con protocolos, informes o gestiones administrativas. Todo eso es necesario, pero insuficiente si no se afronta la raíz del problema: el pecado y la necesidad de gracia. Este libro intenta dar un paso más: no se limita a un análisis técnico o sociológico, sino que ofrece una visión integral, en la que se unen la filosofía, la teología, la psicología y la pastoral. Queremos que la voz de la Iglesia no sea solo defensiva o reactiva, sino que se sitúe en la verdad y en la sanación de las víctimas. Lo novedoso está en ese enfoque de fondo: poner en el centro la dignidad de la persona herida y la conversión de la Iglesia.
—¿Cómo puede manifestarse la gloria de Dios a través de heridas tan graves?
—Patrón Wong habla de descalzarse ante el sufrimiento, porque es tierra sagrada. Las heridas, que son un escándalo y un dolor inmenso, pueden convertirse en lugar de revelación. Así lo vemos en Cristo resucitado: por las llagas pasa la gloria de Dios. Esto no significa justificar el mal —que es siempre inaceptable—, sino afirmar que Dios es capaz de transformar incluso lo más oscuro en un lugar de encuentro con su amor. Cuando acompañamos a las víctimas con respeto, silencio y cercanía, sin discursos fáciles, abrimos un espacio para que el Señor mismo entre y sane.
—¿Qué relación hay entre el colapso de la moral y los abusos? ¿También afecta dentro de la Iglesia?
—El profesor Larrú retoma un diagnóstico de Benedicto XVI: la crisis de los abusos no puede entenderse sin la crisis moral de Occidente tras la revolución del 68. La cultura del relativismo, del hedonismo y del narcisismo ha debilitado los vínculos, ha trivializado la sexualidad y ha hecho que muchos pierdan el sentido del bien y del mal. Esta crisis cultural no ha dejado intacta a la Iglesia. También dentro se han filtrado estas corrientes, debilitando la fe, la vida espiritual y la fortaleza moral de algunos consagrados. No somos inmunes al ambiente. Por eso, además de medidas jurídicas, necesitamos una profunda renovación espiritual que devuelva a Dios al centro de la vida eclesial.
—¿Cómo explicar a los heridos y escandalizados que se puede renacer en la fe?
—No con argumentos abstractos, sino con un testimonio vivo. La Iglesia no es nuestra; es de Cristo. Y aunque algunos de sus ministros hayan traicionado lo más sagrado, la Iglesia sigue siendo el lugar donde Cristo se entrega. Renacer en la fe significa atravesar la herida con Él, no negarla. Es volver a descubrir que lo que salva no son nuestras fuerzas ni nuestras estructuras, sino Cristo vivo en su Iglesia. La cruz ha sido siempre escándalo, pero también es el único camino de resurrección.
—El acompañamiento no es solo terapia, sino restitución de dignidad. ¿Esto se está haciendo en la Iglesia?
—Existen proyectos ejemplares, sí, y debemos agradecerlos, pero como Iglesia en su conjunto todavía tenemos una gran tarea pendiente. Acompañar no es aplicar una técnica ni aliviar síntomas. Es ayudar a la persona a recuperar su dignidad, su sentido, su capacidad de amar y de ser amada. La herida toca todo el ser: cuerpo, mente y espíritu. La respuesta de la Iglesia debe ser también integral. No podemos conformarnos con protocolos. La Iglesia tiene que arrodillarse ante las víctimas, reconocer su sufrimiento y crear espacios donde puedan renacer.