Rostros y esperanzas en la financiación del desarrollo - Alfa y Omega

A pesar del bochorno ambiental y el clima de tensión militar, del 30 de junio al 3 de julio Sevilla ha sido la capital mundial de la cooperación al desarrollo. No fue un acontecimiento rutinario en tiempos de desconfianza del multilateralismo, sino un evento histórico que condicionará el futuro de 732 millones de personas en pobreza severa y de los 3.300 millones a los que esta ayuda afecta. En Sevilla hemos enlazado con la herencia de Pablo VI cuando transformó éticamente las relaciones internacionales y afirmó en la Populorum Progressio: «El desarrollo es el nuevo nombre de la paz». En 1967 se pone rostro al desarrollo, se sientan las bases de una ética del mismo, de la cooperación, de los derechos humanos.
Es probable que ninguna tradición pueda atribuirse tanta responsabilidad en el diseño, creación y aplicación de una ética del desarrollo como la Iglesia católica. Estamos llamados a continuar en la comunidad internacional aquellas inquietudes con las que esta nació y a plantear los retos que nos presenta esta conferencia. Como recordó Francisco en su mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2025, «la deuda externa se ha convertido en un instrumento de control, a través del cual algunos gobiernos e instituciones financieras privadas de los países más ricos no tienen escrúpulos de explotar de manera indiscriminada los recursos humanos y naturales de los países más pobres».

En su inicio, la ética del desarrollo buscaba la armonización del progreso técnico con la innovación y el progreso social. Con el tiempo, el desarrollo se planteó en términos ecológicos. Del antropocentrismo industrialista se pasó al cosmocentrismo ecológico, arrinconando la visión de la Iglesia. De cara al Acuerdo de París sobre el cambio climático, el Papa Francisco se distanció del ambientalismo y promulgó la encíclica Laudato si’ (2015), promoviendo un «desarrollo integral» inspirado en el «cuidado integral de la creación». Lo importante para una ética del desarrollo no está en el progreso técnico sino en su criterio moral y, sobre todo, en algo tan obvio y olvidado como el humanismo integral: la centralidad descentrada del «ser humano-en-relación».

¿Es una irresponsabilidad pedir la condonación de la deuda externa? ¿Acaso una obligación moral en el jubileo de la esperanza? Hoy la situación es tan kafkiana que algunos países emplean gran parte de la ayuda oficial al desarrollo para pagar los intereses de una deuda que les impide cultivar la tierra. No hay una solución fácil y esperamos romper con la cultura del descarte. Para ello la refinanciación afronta tres retos.

El primero es que la impotencia por los datos no tenga la última palabra. Las cifras son abrumadoras, la turbulencia del contexto internacional no frena las hambrunas o las desigualdades, sino que las acelera. La brecha entre lo que se ha prestado a los países y lo que tienen que devolver con los intereses se incrementa y en 2025 llega a cuatro billones de dólares, un 60 % más que antes de la pandemia. Toda la información es alarmante, nos presenta la deuda como un destino. Pero los datos no pueden ser interpretados para promover la indiferencia, la resignación o el pillaje financiero; deben ser leídos en clave de oportunidad para la atribución de responsabilidades y para la clarificación de obligaciones compartidas. Las deudas no son fruto de situaciones naturales, sino de procesos históricos. Por eso, es urgente intervenir con responsabilidad ecológica, perspectiva humanizadora y conciencia histórica.
Otro desafío es promover la ética del desarrollo para que la arquitectura financiera tenga cimientos sólidos y prácticas capacitantes. La brecha del desarrollo está condicionada por una arquitectura financiera basada en el anonimato y en la supuesta neutralidad moral de los fondos, como si la creación y circulación de capitales financieros pudiera desconectarse del capital humano, natural o social. Cuando esto ocurre, corre el peligro de convertirse en estructura que fomenta una cultura de la alienación y deshumanización del orden financiero. En Sevilla hemos reclamado una economía con alma.
Por último, está el reto de promover un perdón que transforme una justicia contable en una justicia samaritana. El perdón desempeña un papel constitutivo en la historia de las relaciones humanas. Este jubileo de la esperanza cobra su sentido pleno cuando activa en el corazón humano la capacidad que guarda para el perdón. Por eso, en la comunidad católica hemos aprovechado esta conferencia para reclamar la refinanciación, la condonación o el perdón de las deudas. El perdón nos permite restablecer la confianza herida entre personas; con él se personaliza la economía y se construyen formas humanizadoras de financiación. Así hay lugar para la mutualidad, la comunión, la civilidad, las donaciones y la sobreabundancia del corazón humano. La deuda puede convertirse en la oportunidad que necesitamos para construir una economía con alma.

El autor participó el 30 de junio en el evento paralelo a la IV Conferencia Internacional sobre Financiación al Desarrollo Son personas, no números, auspiciado por Enlázate por la Justicia.