Los bombardeos de Irán obligan a cerrar una de las iglesias católicas de Tel Aviv
El franciscano Agustín Pelayo relata cómo la caída muy cercana de parte de un misil interceptado causó daños en el convento el jueves. Ha sido «lo más duro» desde el 13 de junio y «se siente el terror»
«Llevamos casi dos años ya recibiendo misiles de unos y de otros. Pero los de Irán ciertamente son otra cosa porque son más grandes, 600 kilos de explosivos», subraya Agustín Pelayo, franciscano de la parroquia de San Antonio, en Bat Yam, al sur de Tel Aviv y Jaffa. Tuvieron ocasión de vivirlo en sus propias carnes este jueves, el día hasta ahora «más duro» desde que el 13 de junio estalló este nuevo conflicto entre Israel e Irán.
«Estábamos celebrando la Misa con tres personas y, en el momento del prefacio, sonaron las sirenas», relata Pelayo. Bajaron al sótano, que aunque «no es un refugio oficial al menos está protegido». Ya abajo, «oímos caer muchas cosas y nos preocupamos». El escudo de la Cúpula de Hierro «había interceptado un misil muy cerca y una parte cayó por la misma calle de la iglesia».
Tras recibir en el móvil la notificación de que ya podían salir, «subimos para continuar la Misa y que la gente se fuera rápido», prosigue el franciscano. Luego constató que había bastantes plafones y ventanas rotas por el suelo en distintas partes del convento. Pero «todo eso hasta la puerta de la sacristía. Dentro de la iglesia nada».

Fue entonces cuando realmente tomaron conciencia de que «es un momento difícil y tenemos que tener más precaución». Se lo ratificaron unos funcionarios del Ayuntamiento que acudieron a valorar los daños. «Me dijeron: “Padre, por favor, estos días no se puede abrir la iglesia porque no tiene refugio, viene gente mayor y no nos hacemos responsables”. Nos dijeron que en principio serían dos semanas».
Dentro de la preocupación, la tarde del jueves transcurrió tranquila. «Mantuvimos el estado de ánimo, estuve mandando por el grupo de WhatsApp de la parroquia oraciones en árabe e inglés», pues en la comunidad hay tanto cristianos árabes como inmigrantes. «Por la noche mandé una imagen del cirio encendido ante el sagrario, con el mensaje de “esta es nuestra protección esta noche”».
Pero se constata que «ya se siente el terror. Hoy todo está muy apagado, no hay nadie en la calle, como si hubiera toque de queda». Eso sí, «algunos feligreses se acercan al convento para saludarnos y traernos comida». Al menos de los que quedan en la ciudad. Algunos que eran diplomáticos han sido evacuados por sus países. Otros se han trasladado al interior, a casa de familiares que viven en localidades más nuevas con mejores refugios.