El esperado regreso a la literatura de Paul Auster acontece siete años después de aplaudirle la monumental 4 3 2 1 que, decían, tanto le acercaba al mito de «la gran novela americana». Baumgartner, título del nuevo libro, remite al apellido del protagonista, un profesor de Filosofía a punto de la jubilación como emérito de la Universidad de Princeton que sigue de duelo por su mujer diez años después de haberla sacado en brazos del mar, herida mortalmente a causa de la embestida brutal de una ola que le habría partido la espalda. Esa estampa de amor y muerte, inicial e iniciática, feroz (y traumática), se nos clava en la retina de lectores (trágicamente austerianos), representativa de cómo la narración nos irá introduciendo directa, visual y sin paliativos hasta el fondo de los pensamientos erráticos, las añoranzas y los desvelos más íntimos del viudo septuagenario. Están, por un lado, las anécdotas, que no dejan de ser brillantes en la forma de ser narradas, porque Auster, no lo olvidemos, es uno de los más excelsos narradores de nuestro tiempo: cómo se siente Baumgartner, torpón, lento y disperso en su actividad doméstica; cómo cuenta haberse lanzado a la conquista esporádica de nuevas mujeres, viudas y divorciadas de Princeton, Nuevo Brunswick, Brooklyn, Manhattan o incluso Shelter Island; y cómo se prepara para pedir matrimonio, por segunda vez en su vida, a una de ellas, que es 16 años más joven, Judith Feue. Y luego está, en un plano más profundo, lo que todo eso significa: cómo Baumgartner siente no solo en el magullado cuerpo sino también, y sobre todo, en el alma, su recién estrenada ancianidad; cómo se enfrenta a la soledad de una casa vacía y trata de llenar desesperadamente la ausencia de su mujer, cómo persigue desesperado su recuerdo, a veces fantasmal, llegando a teclear una vieja máquina de escribir para evocarla, sin dejar de olvidar la apasionada historia común de cuatro décadas de amor que arranca ni más ni menos que en 1968, cuando se conocen como estudiantes sin dinero en Nueva York.
Ocurre, claro, que no hemos superado las 100 primeras páginas cuando aparece el dilema del agnosticismo frente a los abismos de la pérdida, la religión y la búsqueda irrefrenable del consuelo espiritual. A Paul Auster, a quien en aventuras anteriores como La vida interior de Martin Frost (novela y película) le hemos tenido bromeando con los empiristas Berkeley y Hume, al que vimos defender una visión mecanicista a ultranza en su última visita a España, ahora le encontramos jugando a los pseudónimos con Kierkegaard. Atención a ese soberbio debatirse entre la razón y la fe, porque posiblemente sea lo mejor de este novelón.
Nos situamos, en definitiva, cara a cara con un Paul Auster más desprovisto que nunca de circunloquios e imposturas. Retumban fuerte las constantes vitales austerianas, de sus grandes temas hasta las obsesiones como el béisbol. Cómo no amar a este Auster esencial, narrador de narradores, al que reconocemos apuntalando ficción tras ficción sobre acontecimientos históricos y, sobre todo, incorporando sobre la marcha esas historias maravillosas e increíbles que nos creemos como él nos enseñó a hacerlo en Experimentos con la verdad (Anagrama, 2001).
Qué decir de la emoción sobrecogedora al descubrir que el apellido de la esposa muerta, Anna, es Blume, y viajar mentalmente a caballo sobre tal revelación hasta la novela El país de las últimas cosas (Anagrama, 2006) con el peso de todo lo que eso implica en este momento. Viva la metaliteratura austeriana por siempre. Es decir, que el autor recupere pronto la salud y siga escribiendo mucho porque el último no es el punto final y da igual cuando leas esto.
Paul Auster
Seix Barral
2024
264
20,90 €