Cuando escribí el mes pasado que las primeras obras de reconstrucción en Bagdad fueron las que aseguraban retornos financieros rápidos, ya tenía en mente esta nueva columna, que matiza lo que escribí.
Efectivamente hay en Bagdad un lugar muy particular, en el centro de la ciudad vieja. Es la calle Mutanabi, que conduce a una plaza con vistas al río Tigris, en la cual se encuentra una orgullosa estatua de bronce de un poeta famoso en los países árabes, Al Mutanabi. Da nombre a la calle y es el patrón de sus comercios, pues todos son librerías, editoriales o papelerías.
Esta calle ha sufrido mucho. Los bombardeos y atentados no la han perdonado, sin duda porque es símbolo de libertad y vida intelectual. De hecho, debería haber exhalado su último aliento durante otro ataque en 2007, que mató a unas 40 personas y destruyó otros tantos pequeños edificios con sus tiendas. En aquel momento, varios bagdadíes se asociaron para lograr su reconstrucción. El 18 de diciembre de 2008 quedó terminada, con una arquitectura sobria y discreta. Desde entonces, poco a poco, la calle recupera su lugar como centro del mundo intelectual iraquí y reúne los viernes a una considerable multitud que se junta para comprar, intercambiar, vender libros ¡y discutir mucho!
Pero lo más sorprendente está por llegar. Cuando se baja por la calle hacia el río, dos porches se abren a derecha e izquierda sobre jardines que dan servicio a grandes edificios de factura clásica. Allí, en los jardines o en salas, debaten al parecer con total libertad los ponentes y su público. Política, filosofía, religión o poesía son los temas más discutidos. También se ofrecen talleres a los viandantes.
Lo mejor y más sorprendente son tres o cuatro puestos de literatura cristiana que ofrecen, para que todos las vean, obras sobre Cristo, sobre la Virgen María y vidas de santos. Pueden pensar que esta propuesta también abre espacios para debates y testimonios. ¡Justo en el centro de Bagdad, viví un momento que parece una página de los Hechos de los Apóstoles!