La confianza en un Dios que se ha comunicado a nuestros predecesores en la fe, está asentada en las religiones denominadas del libro: el judaísmo, el cristianismo y el islam. Sin embargo, esta idea no siempre se ha aceptado sin más. Repasamos, de la mano de B. Sesboüé, en su libro Croire, algunas objeciones clásicas que se han presentado al hecho de la revelación divina, es decir, a la posibilidad de que Dios haya dado a conocer su misterio escondido y trascendente a los hombres, a lo largo de los siglos.
La objeción racional contra todo lo que se presenta como misterio encuentra en Spinoza uno de sus mayores representantes. Un término semejante, piensa, está vacío de sentido, ya que enuncia un dato que resulta incomprensible para el conocimiento humano; y si el misterio no puede ser conocido por nuestras facultades, en el fondo es que no es nada para nuestro espíritu. La revelación se reduciría a un conjunto de verdades, humanamente inteligibles, accesibles a la luz de la razón natural, propia o ajena. En el fondo, los pensadores que así argumentan se mueven dentro del ámbito de las verdades filosóficas, por profundo que pueda ser su alcance. A nosotros nos toca, a partir de ahí, aclarar no tanto el hecho de la revelación sobrenatural —cuya naturaleza excede por completo el horizonte de las facultades humanas—, sino demostrar que tal posibilidad no implica una contradicción en sus términos, es decir, que no estamos ante una cuestión irracional y absurda.
La objeción de reducir la revelación a una historia contingente hace de la verdad religiosa una cuestión ya pasada, que tuvo tal vez un sentido, pero que nada tiene que ver con los tiempos recientes. Según Lessing, las verdades históricas contingentes no pueden servir de prueba para lograr verdades racionales necesarias. El hombre quedaría sometido al peso de una verdad antigua y extraña a él y también a su contexto. Claro que nosotros podemos añadir que esa insuficiencia que acarrea todo ser humano, nos hace reconocer una situación intrínseca de carencia que encuentra en el don divino precisamente el auxilio gratuito para la propia perfección.
También el modernismo hace de las verdades reveladas un conjunto de manifestaciones que tienen en la historia concreta el lugar de su nacimiento. Así, Loisy, frente a cualquier planteamiento ingenuo y exterior, termina por concluir que ellas son verdades naturales. Un gran reto, sin duda, para el creyente, a fin de purificar el modo de concebir la revelación divina: no se debe confundir el movimiento histórico según el cual evoluciona la misma idea de la revelación y el acto mismo de un Dios que, mediante su inspiración, se ha comunicado.
En fin, la objeción ética se levanta frente a la idea de una revelación destinada únicamente a unos pocos en detrimento de otros muchos. G. Morel sostiene una manifestación de Dios universal y abierta a todos los pueblos de la tierra, sin la menor traza de necesidad externa. No caben discriminaciones en una revelación de Dios que permanece íntegra desde el principio de los tiempos. A esta postura no podemos, sino concederle su parte de verdad: Dios no hace distinción ni en su corazón cabe introducir la acepción de personas. Pero no podemos ignorar, al hacerlo, que la revelación de Dios se ha desarrollado en la historia, y que Dios mismo se ha dirigido a hombres y pueblos concretos en la historia. Es, precisamente, desde esa conciencia histórica de elección como el pueblo cristiano —sobre las raíces del pueblo de Israel— ha de cultivar su alcance definitivamente universal. Ahí reside no su privilegio egoísta, sino la responsabilidad de su misión.