El síndrome K que salvó vidas
Tras las férreas paredes de este hospital frailes y médicos crearon una sala de enfermedades infecciosas donde supuestamente se aislaba a los pacientes que sufrían el síndrome K, un virus contagioso, degenerativo y mortal
50 kilos de oro en 36 horas. Imposible ultimátum con el que el coronel alemán Herbert Kappler chantajeó a la comunidad judía de Roma, en septiembre de 1943, a cambio de no deportar a 200 personas a los campos de concentración. Una cantidad inalcanzable en poco tiempo, pero en la que los romanos colaboraron como pudieron, aportando cada uno lo que tenía. Las parroquias se desprendieron de piezas de valor y el Papa Pío XII les entregó 15 kilos. De nada sirvió esta ingente muestra de solidaridad, porque, en la madrugada del 16 de octubre de 1943, los soldados alemanes iniciaron una despiadada redada casa por casa. De los 1.024 judíos arrestados y enviados a Auschwitz tan solo sobrevivieron 16 personas. El gueto judío se encontraba a escasos metros del hospital Fatebenefratelli, dirigido por la Orden Hospitalaria de los Hermanos de San Juan de Dios. Tan solo había que cruzar un puente y, aprovechando la confusión, algunos consiguieron huir llamando a sus puertas para pedir refugio, mientras los frailes se apresuraron a ocultarlos.
Con la ayuda de dos médicos católicos, Giovanni Borromeo y Adriano Ossicini —ya habían contratado a un joven doctor judío que había perdido su trabajo por las leyes raciales— idearon una increíble estratagema para ocultar a familias enteras. Tras las férreas paredes del hospital que vemos en la fotografía, que parece que flota sobre la isla Tiberina, crearon una sala de enfermedades infecciosas donde supuestamente se aislaba a los pacientes que sufrían el síndrome K, un virus muy contagioso, degenerativo y mortal.
Con esta artimaña consiguieron aterrorizar a los agentes de las SS que acudieron a registrar el hospital y que, aunque sospechaban que había judíos, decidieron que no valía la pena correr riesgos. Junto a los frailes de la comunidad y el soporte de la Santa Sede, los médicos consiguieron pasaportes y les buscaron alojamiento en conventos y monasterios. Además, en los sótanos del hospital se instaló una radio clandestina que facilitaba la coordinación de los partisanos y bajo una trampilla oculta por una alfombra se ocultaba a refugiados políticos.
Tras la apertura del conocido como Archivo Secreto del Vaticano se puede confirmar que un gran porcentaje de los judíos de Roma consiguieron protección en la Iglesia católica: 4.205 encontraron refugio en 235 monasterios, y otros 160 en el Vaticano. También hay constatación documental de que Pio XII intervino en la liberación de 249 judíos detenidos entre el 16 y 18 de octubre de 1943 y que 30 eruditos hebreos continuaron investigando en la Biblioteca Vaticana tras ser desposeídos de sus cargos. Toda esta considerable información está recogida en el libro Una luz en la noche de Roma, la última novela de Jesús Sánchez Adalid, editada por HarperCollins Ibérica, en la que desvela esta apasionante historia que llegó a manos del autor gracias a fray Ángel López, superior de la comunidad de este hospital romano. A lo largo de 640 páginas descubrimos la valentía abrumadora de un grupo de frailes, de un par de médicos audaces y la no siempre reconocida implicación de la Iglesia católica y de Pío XII para proteger a los judíos. Hoy en día cuesta imaginar la escala del horror que se produjo en Roma y Europa en aquellos meses. En medio de la barbarie algunos, como Primo Levi, intuyeron que la humanidad había tocado fondo, pero historias como esta nos aferran a la frase del Talmud con la que Israel condecora a los Justos entre las Naciones: «Quien salva una vida salva al mundo entero».