Una Iglesia que sabe llorar con los que lloran - Alfa y Omega

Una Iglesia que sabe llorar con los que lloran

Dejarse conmover es el paso previo a poner manos a la obra. Es, también, una garantía de que mueve el amor y no la ideología

Alfa y Omega

César García, párroco de Sedaví, atiende al periodista con la voz quebrada horas después de celebrar el funeral —otro más— de una feligresa víctima de la DANA, que no faltaba ni un día a Misa, y mientras lleva en su coche ayuda para los damnificados. «No soy de lágrima fácil, pero hoy ya me he venido abajo», confiesa. En la misma zona cero de la catástrofe estaba, a la vez, el cardenal Michael Czerny, prefecto del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral. En conversación con este semanario, se confesaba conmovido por la imagen de los voluntarios caminando durante una hora para poder empezar a ayudar.

Tiempo atrás y a miles de kilómetros, miembros del Secretariado de Migraciones de la diócesis de Canarias enjugaban las lágrimas de una madre africana que se había presentado en Gran Canaria intentando averiguar algo de su hijo, desaparecido mientras trataba de llegar a nuestro país. «Se pasó una semana entera llorando», relata entre el dolor y la indignación uno de ellos, el abogado Daniel Arencibia.

Habitualmente, los reportajes que ocupan nuestras páginas se centran en las múltiples iniciativas con las que la Iglesia intenta dar respuesta a problemas y sufrimientos humanos de todo tipo. Esta semana han coincidido testimonios que señalan lo que hay más allá: creyentes que a imitación del Maestro se reconocen vulnerables o se dejan conmover y lloran con los que lloran. Es el punto de partida antes de ponerse manos a la obra, apremiados por el amor de Cristo. Ya sea para ofrecer un servicio que preste apoyo psicológico y espiritual a los damnificados por la riada —empezando por los sacerdotes, en riesgo de desgastarse de tanto estar ahí— o para movilizar al Defensor del Pueblo y lograr que las autoridades pongan en marcha sistemas para que quienes han perdido a un ser querido en el mar puedan enterrarlo y poner fin a su angustia. Es, también, una garantía de que los mueve el amor y no la ideología.