La misericordia como icono de un pontificado
Encuentros con los pobres, con los abuelos, con refugiados, con víctimas de la pandemia y de la guerra… De este modo el Papa ha recordado que «la misericordia hace el mundo menos frío»
«La misericordia cambia el mundo, lo hace menos frío y más justo. Necesitamos comprender bien la misericordia de Dios». Se puede decir que estas palabras del Papa Francisco en su primer ángelus son programáticas de todo su pontificado. Quiso subrayar la importancia de este elemento esencial de la vida cristiana convocando un Año Santo de la Misericordia a lo largo de casi todo 2016. Durante meses visitó distintos centros donde la misericordia se hacía palpable, y envío por todo el mundo a cientos de misioneros con facultades especiales para el perdón de los pecados.
Con este acento se encontró el Papa con los más desfavorecidos varias veces en estos diez años, sobre todo durante la Jornada Mundial de los Pobres, que él mismo instituyó. Icónica es la foto del año 2016 en la que, tras un encuentro con ellos, les pidió que le dieran a él la bendición.
Francisco no se ha olvidado en estos años de aquellos que la sociedad suele olvidar, como son los ancianos. Por eso instauró la Jornada Mundial de los Abuelos y los Mayores en el año 2021, un año después de la explosión de la pandemia que diezmó su número en todo el mundo. «Toda la Iglesia está junto a ti, se preocupa por ti, te quiere y no quiere dejarte solo», les decía.
Precisamente la gestión de la pandemia es otro de los hitos que ha tenido que cruzar en este pontificado, y quizá su figura solo en la plaza de San Pedro durante la bendición urbi et orbi, y luego ante el Cristo de San Marcello al Corso, el que libró a Roma de la peste en 1522, es una de las imágenes más impactantes de estos diez años. La pandemia «ha desenmascarado nuestra vulnerabilidad y nuestras falsas seguridades y proyectos. Habíamos dejado abandonado a Quien sostiene nuestra vida, y se han puesto al descubierto las tentativas de anestesiar nuestras rutinas salvadoras. Se ha caído el maquillaje con el que estábamos disfrazando nuestros pretenciosos egos», denunciaba el Papa. La crisis sanitaria, y la económica y social que vino después, nos descubrió «codiciosos de ganancias y aturdidos por lo material y por las prisas. No hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta, gravemente enfermo. Pensábamos que podíamos mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo», dijo. Pero al mismo tiempo, esta situación «ha puesto al descubierto nuestra pertenencia común como hermanos», porque «no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino solamente juntos», subrayó el Papa, para declarar que «solo la fe libera del miedo y da esperanza».
Y luego llegó la guerra de Ucrania, que también ha golpeado al mundo sin piedad. Ya desde el principio de su pontificado, Francisco avisó de que se estaba viviendo en el mundo «una tercera guerra mundial por partes». «El nivel de crueldad de la humanidad en este momento es estremecedor», lamentaba, pero en Europa no nos enteramos hasta que empezaron a llegar miles de refugiados procedentes del otro lado de Europa.
Al día siguiente de la invasión, Francisco se presentó en la Embajada de Rusia ante la Santa Sede para transmitir su «preocupación». Durante los meses siguientes y hasta el día de hoy, la diplomacia, la oración y la caridad activa han sido sus armas para conseguir la paz, hasta el punto de mandar a Ucrania a varios cardenales con ayuda humanitaria, recibir en el Vaticano a familias ucranianas y rezar insistentemente «por los niños, los ancianos, los padres y madres, y los jóvenes de esa tierra torturada», como recordó en diciembre pasado entre lágrimas.
A nivel intraeclesial, Francisco ha subrayado la importancia de la vida consagrada en la Iglesia dedicándoles un año especial en 2015. Con respecto a los movimientos, para evitar el peligro del «deseo de poder», limitó a diez años los mandatos de sus órganos de gobierno. También intervino a las Memores Domini del movimiento Comunión y Liberación y nombró un asistente externo para supervisar el proceso de renovación de los Legionarios de Cristo. En un sentido diferente, la reforma de la Curia ha hecho depender al Opus Dei del Dicasterio para el Clero, mientras que el prelado ya no tendrá que ser necesariamente obispo.
Y, como colofón, el encuentro de Alfa y Omega con Francisco en mayo del año pasado, en el que le entregamos ejemplares de nuestro semanario y le mostramos nuestra sintonía con su sensibilidad por un mundo en el que la fraternidad se resquebraja.