Con sus pies toca el suelo - Alfa y Omega

Con sus pies toca el suelo

Lunes de la 2ª semana de Adviento / Lucas 5, 17-26

Carlos Pérez Laporta
El paralítico es bajado a través del techo de una casa llena de gente para que Cristo pueda alcanzarlo y curarlo. Grabado por J. Newton, 1795 según C. R. Ryley.

Evangelio: Lucas 5, 17-26

Entonces hicieron señas a los compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Vinieron y llenaron las dos barcas, hasta el punto de que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús diciendo: «Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador». Y es que el estupor se había apoderado de él y de los que estaban con él, por la redada de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Y Jesús dijo a Simón: «No temas; desde ahora serás pescador de hombres».

Entonces sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron. Sucedió que, estando él en una de las ciudades, se presentó un hombre lleno de lepra; al ver a Jesús, cayendo sobre su rostro, le suplicó diciendo: «Señor, si quieres, puedes limpiarme». Y extendiendo la mano, lo tocó diciendo: «Quiero, queda limpio». Y enseguida la lepra se le quitó. Y él le ordenó no comunicarlo a nadie; y le dijo: «Ve, preséntate al sacerdote y ofrece por tu purificación según mandó Moisés, para que les sirva de testimonio». Se hablaba de él cada vez más, y acudía mucha gente a oírlo y a que los curara de sus enfermedades. Él, por su parte, solía retirarse a despoblado y se entregaba a la oración. Un día estaba él enseñando, y estaban sentados unos fariseos y maestros de la ley, venidos de todas las aldeas de Galilea, Judea y Jerusalén. Y el poder del Señor estaba con él para realizar curaciones.

En esto, llegaron unos hombres que traían en una camilla a un hombre paralítico y trataban de introducirlo y colocarlo delante de él. No encontrando por donde introducirlo a causa del gentío, subieron a la azotea, lo descolgaron con la camilla a través de las tejas, y lo pusieron en medio, delante de Jesús. Él, viendo la fe de ellos, dijo: «Hombre, tus pecados están perdonados». Entonces se pusieron a pensar los escribas y los fariseos: «¿Quién es este que dice blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino solo Dios?». Pero Jesús, conociendo sus pensamientos, respondió y les dijo: «¿Qué estáis pensando en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: “Tus pecados te son perdonados”, o decir: “Levántate y echa a andar”? Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar pecados —dijo al paralítico—: “A ti te lo digo, ponte en pie, toma tu camilla y vete a tu casa”». Y, al punto, levantándose a la vista de ellos, tomó la camilla donde había estado tendido y se marchó a su casa dando gloria a Dios. El asombro se apoderó de todos y daban gloria a Dios. Y, llenos de temor, decían: «Hoy hemos visto maravillas».

Comentario

No podía moverse de esa camilla, pero ha oído hablar de Jesús. Sus amigos entusiasmados le han introducido a la desesperada por el tejado, para que estuviese delante de Él. Son obvios los motivos que le han llevado ahí. Pero Jesús le ha dicho: «Hombre, tus pecados están perdonados».

Los fariseos se han quejado. Pero él ha enmudecido; no ha podido decir nada. Jesús ha tardado un instante en replicar a los fariseos, pero ese instante ha durado para él una eternidad. Se ha dado cuenta de que él mismo no podía recriminar a Jesús lo que acaba de decirle. Él estaba ahí porque quería andar y, sin embargo, Jesús ha acertado de lleno. Es como si le hubiese mirado por dentro. Quería andar, pero ante la mirada de Jesús, ante sus palabras y ante su perdón se ha dado cuenta: lo que más urgía en su corazón era ese centro ponzoñoso, cubierto de negrura. Nadie conocía el peso que cargaba su alma. La gente le miraba y veía solo el lastre de su camilla. Él mismo pensaba que lo que arrastraba su espíritu era esa maldita enfermedad y el peso muerto de sus piernas. A ello achacaba su amargura. Pero cuando Jesús ha hablado el nudo de su corazón se ha deshecho. Ha desaparecido el odio que se tenía a sí mismo. La mirada de Jesús ha apaciguado su alma.

Después, sí, le ha curado las piernas, pero ya se había movido todo en él antes. Él ha seguido sin decir una palabra. Ha cogido su camilla y se ha marchado. Ha seguido en silencio toda la tarde y ha caminado durante todo el día. Con sus pies toca el suelo, con el corazón el cielo.