Un corazón sencillo - Alfa y Omega

Un corazón sencillo

Martes de la 1ª semana de Adviento / Lucas 10, 21-24

Carlos Pérez Laporta
Jesús sube solo a una montaña para orar. James Tissot. Museo de Brooklyn, Nueva York.

Evangelio: Lucas 10, 21-24

En aquella hora Jesús se lleno de alegría en el Espíritu Santo y dijo:

«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien.

Todo me lo ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar».

Y volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte:

«¡Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; y oír lo que vosotros oís, y no lo oyeron».

Comentario

San Lucas resalta en Jesús el desborde de «alegría en el Espíritu Santo» al decir las palabras de hoy. Nos habla Jesús desde la profunda alegría que tiene en el Espíritu por su relación con el Padre. Es su corazón humano el que se llena de alegría divina. Lo pequeño humano rebosa la infinita presencia de Dios.

La alegría que experimenta en su corazón humano por su íntima relación con Dios es la que siempre estuvo esperando el corazón humano: «¡Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; y oír lo que vosotros oís, y no lo oyeron». Es la esperanza de plenitud que albergaba el hombre en su interior, aguardando que se cumpliese al final de cada deseo.

Pero no está solo al alcance de Jesús. Aparece en la sencillez de su corazón, pero lo revela también «a los pequeños», mientras que esconde «estas cosas a los sabios y entendidos». Es necesario un corazón sencillo para esperar a Dios. Un corazón que se conozca a sí mismo con simplicidad, que sepa desterrar la autosuficiencia cínica y se atreva a desear, que se abra a la posibilidad de plenitud que Dios es para todo nuestro corazón, para toda nuestra alma y para todo nuestro cuerpo.