Cardenal Isidro Gomá. Fiel a la Iglesia - Alfa y Omega

Cardenal Isidro Gomá. Fiel a la Iglesia

Acaba de presentarse la colección documental Archivo Gomá, que desvela detalles hasta ahora desconocidos sobre la figura de uno de los personajes clave de la Iglesia durante la Guerra Civil y los meses posteriores. El cardenal Isidro Gomá hizo cuanto pudo por contrarrestar las tendencias filonazis de algunos en el nuevo régimen y ejerció una labor crucial en las delicadas relaciones entre la Iglesia y el Estado. Escriben los autores de la colección:

Colaborador
Cardenal Gomá. Foto del Archivo Histórico Provincial de Toledo (Fondo Rodríguez).

Isidro Gomá era un catalán del pueblo de La Riba, en Tarragona, que acababa de cumplir los cuarenta y un años cuando estalló la guerra. No le sorprendió en Toledo, porque padecía una sería enfermedad de riñón y había salido por eso, pocos días antes, a tomar las aguas de Belascoáin, en Navarra. Así que se acogió a la caridad de las religiosas josefinas, en Pamplona, y allí pasó los tres años siguientes.

La enfermedad que padecía era tan seria que le llevó a la tumba en 1940. Pero su correspondencia de esos tres años es la de un hombre enfermo que comenta ese aspecto de su vida cuando se escribe con los amigos y sin darle más importancia que la de un enojoso obstáculo para cumplir con lo que cree que es su deber. Y su deber consistió en que, como Primado que era de España —y como, en Roma, no se consideró prudente reconocer de entrada la autoridad de los militares sublevados en julio de 1936—, se convirtió en representante personal de Pío XI ante Franco. De hecho, hacía las veces de nuncio y de Primado en ejercicio, de manera que tuvo que coordinar todo lo que requería o aconsejaba contar con los demás obispos españoles (y responder a la multitud de obispos y no obispos del resto del mundo que le pedían información fidedigna sobre lo que sucedía en España).

La carta de los obispos, de 1937

Fruto de ello fue la carta colectiva de 1937: la redactó él mismo, la sometió a la aprobación de los demás obispos, le dio la forma final que le pareció más equilibrada, y tuvo, ciertamente, un efecto enorme. Docenas de prelados de todo el mundo acusaron recibo de la información, la agradecieron vivamente y bastantes de ellos se esforzaron en reunir dinero para ayudar a los católicos españoles. Lo recibía Gomá y lo encauzaba a fines humanitarios como Dios le daba a entender.

Fue sensible a la represión que se desató en la zona nacional, por más que no tuviese la impresión de que era semejante a la persecución religiosa de la otra zona. Protestó ante las autoridades nacionales por el fusilamiento de varios sacerdotes en Guipuzcoa; pidió clemencia para diversas personas y publicó varios documentos exhortando a todos a perdonar. Lo hizo hasta cuando acabó la guerra, y se encontró con que las autoridades civiles vencedoras impidieron la difusión de su pastoral.

Sus documentos de 1936-1939 han sido publicados en trece volúmenes (varios millares de páginas), en edición preparada por quienes suscriben estas líneas. Dejan la impresión de un hombre bueno, activo e inteligente, de pluma fácil —tanto en castellano como en catalán—, con el sentido del humor que permitían los tiempos; extremadamente preocupado por el bien de la Iglesia; muy fiel al Papa; prudentemente desconfiado de la incomprensión de las cosas de España que podía haber en el Vaticano; radicalmente contrario al nazismo, y eso por los tres ismos que veía en él: estatismo, paganismo y racismo.

Hizo cuanto pudo para impedir que el nuevo Estado se desviara hacia el nazismo, como, a su juicio, pretendían bastantes de quienes rodeaban a Franco, aunque no el propio Franco, que le dio varias veces todo tipo de seguridades. Pese a ello, la desconfianza nunca desapareció del horizonte de Gomá, e incluso era, al respecto, francamente pesimista al acabar la guerra, en 1939. Se adivinaba, es obvio, que iba a estallar una nueva guerra y que la dirigiría Hitler.

Antón M. Pazos y José Andrés-Gallego

Contra el nazismo en España

La encíclica Mit brennender Sorge, de Pío XI, contra el nazismo, se publicó en marzo de 1937, en los días en que Franco no sólo era aliado de Hitler, sino que procedía a firmar el decreto de unificación de todos los partidos políticos nacionales en lo que iba a llamarse Falange Española Tradicionalista y de las JONS. Esa coincidencia sorprendió a los obispos, y les hizo temer que la publicación del texto pontificio fuera interpretada como una intromisión en la política de aquellos días, concretamente en contra de Falange. El cardenal Gomá consultó por escrito a los demás obispos españoles y hubo muy diversas opiniones. Varios de ellos creían que lo que se planteaba en la encíclica —la condena del racismo— no tenía que ver con España, donde no había un problema de racismo. Muchos delegaron la decisión en el propio Gomá.

Mientras tanto, el cardenal Pizzardo y el cardenal Pacelli (el futuro Pío XII) insistían a Gomá en el deseo de que esa encíclica se publicara en España. Y, simultáneamente, las autoridades españolas callaban (a excepción de alguna diatriba lanzada por la radio o por la prensa por parte de agentes del nazismo presentes en España como aliados de Franco). La publicación se llevó a cabo cuando, además de todo eso, los jesuitas que editaban la revista Razón y Fe anunciaron a Gomá que la incluirían en ella. Inmediatamente, Gomá mismo la publicó y aconsejó a todos los demás obispos que lo hicieran.