Nuestro único activo - Alfa y Omega

Ha quedado atrás la Semana Santa y se percibe en el ambiente social un cambio no menos deseado que real. Después de dos años de obligada Cuaresma hemos visto estas semanas pasadas las procesiones en las calles, acompañadas por la emoción y por el sentido religioso de tantas personas que expresan su fe tanto en el silencio como en el canto y en la aclamación a voz en grito. He tenido la suerte de pasar la Semana Santa dando ejercicios espirituales en El Puerto de Santa María. El tiempo, en general, acompañó, y daba gusto ver la playa con el ir y venir de gente: mayores conversando lentamente por el paseo marítimo; niños jugando en la arena con sus padres, algún bañista atrevido dándose el primer chapuzón del año. En las calles, cierto bullicio de gentes y las terrazas ocupadas. Las iglesias, también, con buena participación de fieles.

Quiero creer que estas manifestaciones no son fruto de un ingenuo ejercicio de escapismo de la realidad. Todos vamos aprendiendo, nos cueste más o menos, que la enfermedad forma parte de la vida y que debemos mirarla cara a cara para poder combatirla, y también para ir aceptando nuestra vulnerabilidad y finitud. En esta aceptación serena de nuestros límites se va abriendo paso un deseo hondo de encuentro con otros, de salir de los límites de nuestro hogar hacia un mundo más amplio y complejo, de solidaridad con quienes peor lo están pasando; en definitiva, un deseo auténtico de fraternidad. Y ahí emerge una tenue luz inextinguible que da forma a nuestra esperanza: nos sentimos convocados a una vida plena, colmada, alegre, que necesitamos recibir y vivir desde ya.

El 27 de abril fallecía el cardenal Amigo. Recuerdo una mesa redonda con motivo de la preparación de la JMJ 2011. En un momento del diálogo el cardenal tomó la palabra y dijo algo muy sencillo que se me quedó grabado; que la Iglesia preparará muchas actividades dirigidas a los jóvenes, pero no debemos olvidar que nuestro único activo es Jesucristo. Mirando a Jesús resucitado descubrimos la plenitud de nuestra humanidad. Ese es nuestro único activo y nuestra misión: ser responsables de la alegría que nos trae Jesús resucitado.