La muerte es maestra de vida o, dicho de otra manera, aprendemos a vivir de verdad cuando aprendemos a morir. Que se lo digan si no a Juan Carlos Unzué, exportero y entrenador de fútbol, al que en 2019 le diagnosticaron la terrible ELA (esclerosis lateral amiotrófica) y desde entonces, sonrisa en boca, ha dedicado sus menguantes fuerzas a dar la mayor visibilidad posible a la enfermedad y a recaudar todo el dinero que se pueda para avanzar en su investigación.
Vivir vale la pena es un documental sobre su vida, antes y sobre todo después del diagnóstico, de hora y media de duración, que se convierte en un hermoso canto a esas vidas valientes que saben mirar de frente a la muerte. Unzué es el protagonista casi absoluto, pero, como él mismo reconoce explícitamente, poco sería sin los que le rodean y le muestran a diario su amor incondicional. Desfilan así por la pantalla familiares y amigos, con especial presencia del seleccionador nacional de fútbol Luis Enrique, en un retrato coral que, atravesado por el hilo conductor del deporte, nos invita a participar del juego y a emocionarnos con el resultado.
Hay un momento del documental en el que Juan Carlos Unzué se muestra partidario del llamado derecho a morir para, contradictoriamente, en la misma frase mandarle un recado a los políticos que se llenan la boca de promesas en campaña y luego dejan literalmente tirados a quienes desean vivir; pero aún así, la apuesta vital es clara.
Ponen los pelos de punta algunas escenas con la madre del deportista, al pie de la cruz, contando cómo la fe se propone, pero no se puede imponer; las que mantienen al borde de la lágrima a mujer e hijos, y la escena final (tal vez excesivamente larga), en la que Unzué se pone en el gimnasio al frente de un pelotón de bicicleta estática al ritmo de canciones que son toda una banda sonora de la vida grande. El exportero termina gritando que viva la vida. Pues eso: viva la vida y punto final. O mejor, punto y seguido.