Nochevieja. Año nuevo, tele vieja - Alfa y Omega

Nochevieja. Año nuevo, tele vieja

Isidro Catela
Rafaella Carrá en el homenaje de ‘Cachitos de hierro y cromo’. Foto: RTVE.

Ibai y Ramontxu han sido la pareja más disruptiva del año nuevo. Las cifras cosechadas con sus campanadas en Twich, haciéndole sombra a las excentricidades metamorfósicas de la Pedroche, explican, en buena parte, la decadencia generalizada de lo que identificamos con la tele de toda la vida. Nuestros jóvenes flipan con el concepto de programación, lo ven casi todo en otras pantallas y sienten vergüenza ajena por el espectáculo que, año tras año, abraza los cuartos y las campanadas. Nada nuevo bajo la Puerta del Sol. Una tele que, en esencia, es la misma de 1980 y que, con contadísimas excepciones, repite una fórmula muy desgastada que consiste en emitir actuaciones enlatadas que tratan de abarcar el mayor número de estilos posibles para que, desde Bertín Osborne hasta Aitana, la familia al completo deje enchufada la tele tras las uvas. Tal vez, esa obsesión por el revival explique una parte de la expectación con la que cada año se espera el atracón de los Cachitos de La 2, ese programa de retales y rótulos ácidos, que es capaz de combinar la crítica política de actualidad con las canciones de Los Chichos, que, en esta ocasión, tuvo incluso más cachitos teloneros en un homenaje excesivo, cómo no, a Rafaella Carra. El programa exige un plus de creatividad e ingenio, que facilita el ingente material de los archivos de TVE. Lástima que las anteojeras ideológicas le hayan puesto plomo en las alas a un formato concebido para volar alto.

Ni siquiera José Mota despegó esta vez. Con alguna genialidad como el Ministerio del Tiempo que corrige los excesos que los cómicos pudieron cometer en otro tiempo, en una crítica mordaz a la corrección política y al exceso de celo que algunos pretenden aplicar sobre el humor, Mota navegó en aguas reconocibles, con un juego de palabras en un cuento de Navidad-Vanidad que no acabó de cuajar del todo.

Un año demasiado nuevo y desaprovechado. Y una tele vieja para una noche que se ha empeñado en recordarnos que cualquier tiempo pasado no fue ni mejor ni peor. Fue más o menos igual. Y, en este caso, eso es lo malo.