La crisis sanitaria que azota al mundo entero desde el año pasado ha provocado un aumento considerable de fake news; informaciones falsas que habitualmente tienen origen en datos reales y que mediante su propagación, algunas veces espontánea y otras veces intencionada, adquieren apariencia de verdad absoluta.
Comer jengibre, ajo o limón y tomar alcohol o lejía, son algunas de las curas milagrosas para el coronavirus que circularon durante el primer periodo de la pandemia. Esto, pese a que médicos especialistas de todo el mundo, liderados por la Organización Mundial de la Salud, aseguraran que aún no existía un tratamiento contra la enfermedad. Esto puso en riesgo millones de vidas de personas que experimentaron remedios caseros con la esperanza de curarse a sí mismas.
Otra gran cantidad de fake news existe en la actualidad respecto a las vacunas contra la COVID-19 como, por ejemplo, que propagan el 5G o que contienen metales pesados capaces de atraer imanes. Afirmaciones como estas significan una amenaza para la vida de un gran número de personas y, por tanto, también para el sistema de salud pública. La novedad y peligrosidad del virus ha generado una gran cantidad de dudas e incertidumbres que motivaron la difusión masiva de información poco contrastada que invadió gran parte de los espacios de comunicación.
La manipulación de información no es algo nuevo, pues existe desde que se tomó conciencia de cómo influyen los medios en la opinión pública. ¿Por qué preocuparnos por ella ahora? La respuesta es clara: internet ha permitido que la desinformación se propague con una celeridad y de una forma masiva inauditas, casi al mismo ritmo que el propio coronavirus. En este medio se transforman el mensaje y su propósito, porque cualquier persona puede difundir, compartir y buscar información. Los bulos que circulan en el espacio digital han puesto en jaque la credibilidad de las instituciones y del periodismo: hoy, el público se permite dudar de todos los contenidos que se difunden.
Ahora bien, la pandemia de la COVID-19 ha renovado el interés de los lectores en consumir información de confianza y utilidad. Para asegurarse de ofrecer a la ciudadanía este contenido, resulta inevitable enfocar el debate en cómo luchar contra la desinformación. Que únicamente sean las grandes plataformas de internet las que nos defiendan de ella es una propuesta un tanto polémica, pues esto significaría someter el control a los algoritmos y a las habituales presiones mercantiles. Y, tal como han revelado investigaciones académicas, muchas veces, los algoritmos promueven mensajes atravesados por algún sesgo y las presiones mercantiles acaban tiñendo el contenido con alguna ideología.
Una propuesta más razonable es dejar esta labor en manos de los periodistas; los tradicionales encargados de masajear la información para que se convierta en noticia. Si hay alguien capaz de denunciar la información falsa es, precisamente, el periodista responsable, cuya misión primordial es esclarecer la opinión del público. Ante la abundancia de desinformación, el periodismo debe reforzar su objetivo y trabajar de manera independiente –libre de las presiones de mercado– para mostrar dónde están los hechos reales y dónde hay que enfocar el verdadero debate. «Si el camino para evitar la expansión de la desinformación es la responsabilidad, quien tiene un compromiso especial es el que por su oficio tiene la responsabilidad de informar, es decir: el periodista, custodio de las noticias», manifestó el Papa Francisco en el marco de la 52 Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. Y continuó: «Deseo dirigir un llamamiento a promover un periodismo de paz, sin entender con esta expresión un periodismo “buenista” que niegue la existencia de problemas graves y asuma tonos empalagosos. Me refiero, por el contrario, a un periodismo sin fingimientos, hostil a las falsedades, a eslóganes efectistas y a declaraciones altisonantes».
Los periodistas se enfrentan a un serio desafío, pues no siempre es evidente cuáles son los elementos verdaderos y falsos de las fake news. Pese a esta dificultad, ya existen medios sin ánimo de lucro que, a través de la verificación y periodismo de datos, luchan contra la desinformación y ofrecen herramientas a los ciudadanos para que aprendan a detectar los bulos. En España están las plataformas Maldita.es, Verificat y Newtral, que actualmente realizan un trabajo detallado en verificación de datos sobre la pandemia y la vacuna de la COVID-19. También se puede mencionar el proyecto The COVID-19 Vaccine and Prejudices in the Catholic Community, financiado por Google News Initiative y liderado por Aleteia.org, con el objetivo de ayudar a los medios de comunicación católicos a combatir la desinformación sobre la vacuna de la COVID-19.
Los profesionales de la información deben tomar el camino que mejor saben hacer: verificar y contrastar las informaciones, pedir respuestas y garantizar transparencia en los métodos de búsqueda. Hoy, los bulos o informaciones manipuladas son como una piedra en el zapato de cualquier periodista, pero, si se trabaja en este sentido, representan una oportunidad para reivindicar la legitimidad y el reconocimiento de la profesión.