Doña Bernaldina [a la derecha en la foto] es una indígena macuxi que ronda los 80 años. Parte de su vida la tejió del otro lado del río, en la Guyana inglesa. Porque en la Amazonia esto ocurre mucho: pueblos indígenas vieron sus territorios divididos por fronteras, primero coloniales y después nacionales. A veces esa frontera es un río. Es así con los macuxi, que a un lado y otro del río Ireng –de la frontera ficticia entre Brasil y Guyana–, habitan ese territorio y circulan por él manteniendo los parentescos, los saberes y la lengua como único pueblo. Doña Bernaldina se instaló del lado brasileño cuando su hija se casó con uno de los principales líderes indígenas en la lucha por la tierra.
Ella siempre está riendo o cantando, su rostro iluminado. Recibe a los amigos con un abrazo apretado. En 2018 fue recibida por el Papa Francisco y cuando se acercó a él comenzó a cantar en macuxi, desde dentro, batiendo en el suelo el pie y el bastón coronado de semillas musicales. Cantar en su lengua era la mejor forma de hablar al corazón del Papa Francisco. Esta escena resume muchas páginas del Sínodo para la Amazonia: el encuentro profundo y honesto entre pueblos indígenas que resistieron a un proceso que quiso negarlos y eliminarlos y una Iglesia que, sabiéndose parte de algunos de los retratos más oscuros de esta historia, también se sabe discípula del proyecto libertador de Jesús de Nazaret.
Doña Bernaldina siempre iniciaba los encuentros indígenas con la fuerza espiritual del maruai, una resina natural que, en contacto con el fuego, desprende un aroma y un humo que purifica ambientes y personas –como incienso– y bendice los frutos del encuentro.
Doña Bernaldina se nos fue hace unos días, víctima del COVID-19. Su cuerpo no pudo ser enterrado en su tierra, sino en un anónimo cementerio de la ciudad. Pero este texto no quiere centrarse en el dolor, sino rendir homenaje a quien nunca se fue porque siempre estará con nosotros, con su pueblo, marcando el ritmo, riendo, abrazando. Cada anciano indígena que fallece lleva consigo una parte del pueblo. Pero ellos no se van nunca, ellos permanecen. La muerte no tiene la última palabra, ¡y cómo lo saben los pueblos indígenas! ¡Ve en paz, maestra Bernaldina, que tu pueblo y tu Iglesia seguiremos en la lucha por un mundo más parecido a ti!