«¿Quiénes son y de dónde vienen?» - Alfa y Omega

«¿Quiénes son y de dónde vienen?»

Oración, lectio divina y trabajo, y todo ello en un ambiente de silencio y soledad. Así transcurre la vida de una monja contemplativa. Lo cuenta la dominica sor María Dolores CID, del Monasterio de Santa María la Leal (Zamora)

Colaborador

Ya antes del cristianismo, es decir, antes del nacimiento de Jesús existían ciertas formas de vida religiosa. De hecho en el Antiguo Testamento sabemos que hubo personas que se consagraron enteramente al Señor, así en un pasaje del libro del profeta Amós, se lee: «Yo, de entre tus hijos, hice surgir profetas y me consagraba tus jóvenes como nazireos. ¿No es así hijos de Israel?» (Am 2, 11).

¿Y quiénes eran estos nazireos? Eran hombres consagrados a Yahveh del cual recibían una misión peculiar, en orden a la salvación del pueblo de Dios, su consagración se materializaba en tres votos concretos:

1) No tonsurarse (cortarse) el cabello, simbolizando su integridad y entrega a Dios.

2) Abstenerse de vino, significaba el rechazo de una vida fácil e instalada y a su vez recordaba la vida nómada del desierto (Jer 35, 6-7).

3) No acercarse a ningún cadáver, esto expresaba la pertenencia total al Dios de la vida (Lev 21, 1-2), de entre estos citamos a Sansón (Jc 13, 3-5), Samuel (1 Sam 1, 11) y otros.

Situándonos ya en la era cristiana nos podemos preguntar: ¿Existió desde los orígenes del cristianismo la vida religiosa? El Decreto Perfectae caritatis afirma que sí, y dice: «Ya desde los comienzos de la Iglesia hubo hombres y mujeres que por la práctica de los consejos evangélicos, se propusieron seguir a Cristo con más libertad e imitarlo más de cerca y cada uno a su manera, llevaron una vida consagrada a Dios» (P. C. 1, 2).

Y hoy en nuestros días, ¿existen esos hombres y mujeres llamados consagrados? ¿Y por qué merecen nuestra atención?.

Con toda certeza vamos a decir que sí, somos esos hombres y mujeres conocidos como monjes y monjas que vivimos la vida claustral o contemplativa en monasterios, dedicados a la Oración: Considerada como la base de toda la vida comunitaria que parte de la contemplación del Misterio de Dios, grande y sublime; de la admiración de su presencia operante en los momentos más significativos de nuestras familias religiosas, así como también en la humilde realidad cotidiana de nuestras comunidades.

A la práctica diaria de la Lectio Divina: Que no es otra cosa que el contacto meditativo y orante con la Palabra de Dios, es el Sancta Sanctórum en el que el monje, la monja es invitado (a) a penetrar todos los días con calma y gozo interior para escuchar y responder a Dios sin testigos. Es la mesa selecta del Señor, a la que se sientan a solas para saciarse de la Palabra de Dios.

Del trabajo: Es la ocasión de servir a los hermanos y de estrechar los lazos de la comunión fraterna, que aunque separados del mundo por vocación, no están al margen de la problemática que implica la existencia humana son hombres y mujeres de su tiempo. Trabajan en completa paz, conservando la libertad de espíritu qué hace del mismo (trabajo) no un instrumento de dominio, sino de servicio, no un instrumento de lucro, sino un modus vivendi y además que aceptan alegres las penalidades del quehacer cotidiano.

Todo esto en un ambiente de silencio y soledad, pues éste es el supremo refugio del alma de cara al misterio de Dios, produciendo paz en su interior, luchando por callar esos posibles ruidos suscitados por la imaginación y por el enemigo.

Si hoy estos hombres y mujeres merecen nuestra atención es porque son para la Iglesia un motivo de gloria y fuente de gracias celestiales, con su vida y misión imitan a Cristo orando en el monte, testimonian el señorío de Dios sobre la historia y anticipan la gloria futura. (V. C. 8)

Han sido y siguen siendo, en el corazón de la Iglesia y del mundo, un signo elocuente de comunión, un lugar acogedor para quienes buscan a Dios y las cosas del espíritu, escuelas de fe y verdaderos laboratorios de estudio, de diálogo y de cultura para la edificación de la vida eclesial y de la misma ciudad terrena, en espera de aquella celestial. (V. C. 6)

Y… al escucharte, seguí tu voz

El lema de la Jornada Pro Orantibus del año 2008, La Palabra en el silencio. Escuchar a Dios en la vida contemplativa, qué bien se encaja en lo que se refiere a mi vida tras los muros de este monasterio de Santa María La Real de Zamora dentro de la Orden de Predicadores. En el silencio de mi corazón hace 50 años, escuché la voz del Señor que me llamaba a unirme más estrechamente a él a través de la vida contemplativa de clausura. Muy jovencita, a los 16 años el Señor me dio fuerzas para dejar casa, familia, amigos y un futuro por delante para seguirlo a Él.

La Palabra y la Eucaristía, se han convertido en la columna vertebral de mi vida día tras día en estos 50 años, estoy inmensamente agradecida a Dios por su fidelidad, a la Virgen María porque me ha sostenido con su amor, y a la Iglesia porque me ha abierto sus brazos y me ha acogido como una madre a su hijo. Sólo deseo colaborar con esta gracia recibida y por el don de la vida consagrada contemplativa.

Sor María Dolores Cid, OP
Monasterio de dominicas de Santa María la Real (Zamora)