Un clima de alegría y fraternidad - Alfa y Omega

Un clima de alegría y fraternidad

Redacción

«Estamos muy contentos. Tenemos Papa de nuevo… Estamos muy contentos porque tenemos Papa, y porque tenemos a este Papa»: a la mañana siguiente a la elección, el cardenal Rouco recibía a los medios de comunicación y ofrecía sus primeras impresiones tras el Cónclave, del que destacó, en primer lugar, la comunión vivida en la residencia Santa Marta y en la Capilla Sixtina. «La Iglesia se ha mostrado como es, una comunión de Iglesias, en la unión de la Iglesia universal, que reconoce al obispo de Roma, sucesor de Pedro, como pastor de todos los pastores», decía el cardenal Rouco.

El cardenal arzobispo de Madrid describió el ambiente del Cónclave como «de mucha oración y responsabilidad», ante «un acontecimiento decisivo en la historia de la Iglesia». La gravedad no impidió que hubiera también un clima de alegría y fraternidad. «Si la gente pudiera vernos, les llamaría muchísimo la atención», porque allí «no se hacen conciliábulos» ni nada que se le parezca.

El momento central fue cuando al cardenal Bergoglio se le preguntó si aceptaba su elección y qué nombre elegía. La Iglesia ya tenía Papa. Entraron los ceremonieros en la Capilla Sixtina y «cantamos el tedeum», describe el arzobispo de Madrid. El Papa se retiró a rezar solo, en la Capilla Paulina, una novedad introducida en este Cónclave, y luego hubo un rezo conjunto, y los cardenales le mostraron respeto y obediencia. «Fue todo muy religioso», explica el cardenal Rouco. La multitud esperaba en la Plaza, y el Papa Francisco se acercó a saludar y a rezar con la asamblea. Fue la presentación «más religiosa» de un Papa de cuantas recuerda el cardenal arzobispo de Madrid.

El Papa volvió después a Santa Marta, que será su residencia por unos días, mientras se termina de acondicionar el apartamento pontificio. No quiso utilizar vehículo propio, sino que prefirió desplazarse en uno de los microbuses, con los demás cardenales, igual que había hecho sólo unas horas antes, cuando todavía se llamaba Jorge Mario.

Ya eran las nueve de la noche, tarde para cenar, según los usos italianos. «Nos dieron las once, y no se terminaba», cuenta, con una sonrisa, el cardenal Rouco. Se produjo un «cierto nerviosismo entre los hermanos alemanes. Yo le decía (al cardenal Woelki): Tienes que acostumbrarte a que los horarios de Buenos Aires…, son muy parecidos a los de Madrid, pero menos a los de Berlín. ¡Hay que colocarse a la altura de las circunstancias históricas!».

Ése era el clima. La Santa Sede desveló un poco más tarde estas palabras que dirigió Francisco a los cardenales: «Que Dios os perdone lo que habéis hecho». Todos rieron a carcajadas. Había terminado el Cónclave.