Dice Mingote que el humor se tiene o no se tiene, y es la forma de ver las cosas con claridad. Quizá por eso, en una época de confusión como la nuestra, escasea el sentido del humor, privilegio de los hombres lúcidos. Es cierto que el auténtico humor, porque clarividente, siempre tiene un punto de tristeza. Y, sin embargo, no es sana tristeza, sino trágica amargura lo que predomina en la actualidad. Lo que podríamos llamar «gravedad». Justamente otro genio, Chesterton, ve al diablo como un ser tan aburrido y severo que cayó del Cielo a fuerza de «gravedad». Personalmente, no me cabe duda de eso.
Se agradece con este panorama asistir a un espectáculo como La Madre Pasota, de Darío Fo y Franca Rame, y Cosas nuestras, de nosotros mismos. En esta función, el humor es auténtico y no le falta su puntito de tristeza. Un humor que hace bien al espectador, que lo libera de la gravedad.
La representación comienza con Petra Martínez interpretando a una mujer en el confesionario de una iglesia, donde ha llegado huyendo de los guardias a quienes su marido e hijo han encargado capturarla. El confesionario es el lugar de la verdad, su refugio frente a la falsedad de un marido e hijo que, paradójicamente, se comportan con ella como los más reaccionarios de los burgueses.
Pero este monólogo crítico no es la cima de la obra, sino que ésta va in crescendo cuando se incorpora a la escena Juan Margallo. Entonces, la ironía se vuelve hacia los propios intérpretes, un matrimonio de actores entrado en años que busca trabajo. La experiencia teatral de la pareja se vuelve el centro de la función en un doble sentido: su experiencia sobre el escenario es patente en la vis cómica; su experiencia también es el contenido mismo de la obra, construida sobre anécdotas reales de la biografía de los protagonistas (a quienes, por otra parte, dirige su propia hija, Olga Margallo).
He de confesar que cuando escuché el primer título de la obra, La Madre Pasota, me sonó a chiste pasado de moda. Unido al hecho de que los actores eran personas de edad, dudaba de que me gustase la función. Me equivocaba. Es conmovedor ver la dignidad de estos actores llenos de experiencia profesional, admirable la fidelidad a su vocación, envidiable la mirada amplia y tierna de esta pareja hacia sus vicisitudes -la mirada del uno hacia el otro, sobre todo-. Y son divertidos, muy divertidos.
Me comentaba la encargada del teatro que, noche tras noche, todo el mundo sale de la función encantado. Lo entiendo, yo también. Esta familia con su humor ha hecho que los asistentes –muchos, un teatro lleno a rebosar- hayamos esquivado al diablo que nos acosaba otra vez con su habitual gravedad. Al menos, una noche. Gracias.
★★★★☆
Calle Mayor, 6
Sol
ESPECTÁCULO FINALIZADO