El lío de la santidad - Alfa y Omega

El lío de la santidad

«La fe en Jesucristo no es broma»: así se lo dijo el Papa a los peregrinos de Argentina que participaron en la JMJ. Y así, sin buscarlo, resumía también todas sus intervenciones. Porque el hilo conductor de los mensajes del Papa Francisco ha sido la llamada a vivir con gravedad, pero con alegría, la fe en Jesús. Lo ha dicho de mil y una formas: cuando la fe nace del encuentro con el Resucitado, y se alimenta de la oración y los sacramentos, la consecuencia es justo lo que el mundo necesita en este momento: un cambio de vida, un cambio en la sociedad y un cambio en la Iglesia. El Papa quiere lío. El lío de la santidad

José Antonio Méndez
«La fe en nuestra vida hace una revolución que podríamos llamar copernicana: nos quita del centro y pone en el centro a Dios»

«Qué es lo que espero como consecuencia de la JMJ? Espero lío. (…) Quiero lío en las diócesis, quiero que se salga afuera. Quiero que la Iglesia salga a la calle, quiero que nos defendamos de todo lo que sea mundanidad, de lo que sea instalación, de lo que sea comodidad, de lo que sea clericalismo, de lo que sea estar encerrados en nosotros mismos. Las parroquias, los colegios, las instituciones son para salir; si no salen, se convierten en una ONG y la Iglesia no puede ser una ONG»: así de claro se lo dijo el Papa Francisco a los jóvenes del mundo, hablando con los peregrinos llegados de Argentina. Y quizá, esta expresión del lío pase a la Historia como el leitmotiv del pontificado de Francisco, el Papa que llegó a la sede de Pedro para armar lío en la Iglesia, en el mundo, y en cada uno. Para desinstalar a los católicos y sacudir todo polvo de mundanidad que se les haya pegado a los pies, ya sean jóvenes o viejos, laicos, sacerdotes, religiosos, contemplativos u obispos.

Ahora bien, ¿qué clase de lío quiere el Santo Padre? ¿Se refiere a la labor caritativa y asistencial de la Iglesia? ¿Se refiere a la reforma de las estructuras eclesiales? ¿Pide evangelizar por las calles a través de grandes actos, misiones, encuentros…? Él mismo se lo ha dicho a los jóvenes, consciente de que por ellos entra el futuro en el mundo: «Dios nos llama a todos a la santidad, a vivir su vida», dijo en el encuentro con voluntarios. Y añadió: «Os pido que seáis revolucionarios, os pido que vayáis contracorriente; os pido que os rebeléis contra esta cultura de lo provisional que cree que no sois capaces de asumir responsabilidades, que no sois capaces de amar verdaderamente. Yo tengo confianza en vosotros, jóvenes, y pido por vosotros. ¡Atreveos a ir contracorriente! ¡Atreveos a ser felices!» Porque, a fin de cuentas, «Dios llama a opciones definitivas, tiene un proyecto para cada uno: descubrirlo, responder a la propia vocación, es caminar hacia la realización feliz de uno mismo».

«Si haces algo que está mal, no tengas miedo: Jesús, mira lo que hice»

Nos hemos pasado de rosca

El Pontífice reconoció: «Sigo las noticias del mundo», y por eso, sabe que «esta civilización mundial se pasó de rosca» por «el culto que ha hecho al dios dinero». Sin embargo, esta idolatría mundana, como todo pecado, no es general y abstracta, sino concreta y personal: «Todos tenemos muchas veces la tentación de ponernos en el centro, de creernos que somos el eje del universo, de creer que nosotros solos construimos nuestra vida, o pensar que el tener, el dinero, el poder es lo que da la felicidad». Y ante esto es donde el Papa pide una reacción de los jóvenes: «El tener, el dinero, el poder pueden ofrecer un momento de embriaguez, la ilusión de ser felices, pero, al final, nos dominan y nos llevan a querer tener cada vez más, a no estar nunca satisfechos. Y terminamos empachados pero no alimentados, y es muy triste ver una juventud empachada pero débil. La juventud tiene que ser fuerte, alimentarse de su fe y no empacharse de otras cosas. ¡Pon a Cristo en tu vida, pon tu confianza en Él, y no vas a quedar defraudado!».

El centro de la revolución

De eso se trata, de poner a Cristo en el centro de la vida personal, en el centro de la sociedad y de la Iglesia. No de centrarse en las estructuras, en las ideologías o en las prácticas, por muy caritativas o piadosas que parezcan. El cambio nace del Resucitado: «La fe en nuestra vida hace una revolución que podríamos llamar copernicana, nos quita del centro y pone en el centro a Dios; la fe nos inunda de su amor que nos da seguridad, fuerza y esperanza. Aparentemente, parece que no cambia nada, pero, en lo más profundo de nosotros mismos, cambia todo. (…) Nuestra existencia se transforma, nuestro modo de pensar y de obrar se renueva, se convierte en el modo de pensar y de obrar de Jesús, de Dios. La fe es revolucionaria, y yo te pregunto hoy a ti: ¿Estás dispuesto a entrar en esta onda de la revolución de la fe?», dijo en la fiesta de acogida de la JMJ.

No obstante, el Papa no ha rozado el maniqueísmo de tratar la fe en Jesús como un mero conjunto de ideas, de normas morales o de acciones socio-ideológicas. Para ser un buen cristiano, o sea, un santo, hace falta tratar con Cristo: «Para estar en forma, para afrontar sin miedo todas las situaciones de la vida, dando testimonio de nuestra fe», hace falta «el diálogo con Él, la oración». Y añadió: «Preguntad a Jesús, hablad con Jesús. Y si cometéis un error en la vida, si os pegáis un resbalón, si hacéis algo que está mal, no tengáis miedo: Jesús, mira lo que hice, ¿qué tengo que hacer ahora? Pero siempre hablad con Jesús, en las buenas y en las malas, cuando hacéis una cosa buena y cuando hacéis una cosa mala. ¡No le tengáis miedo!».

Santos libres, no manipulados

Ese encuentro diario con Jesús en la oración, los sacramentos y la ayuda a los demás, el servicio a los demás, «no es una broma, es algo muy serio»; es el compromiso de ser santos, santos de verdad, que Dios pide a los católicos que viven en este momento de la Historia, de la historia de la salvación. Santos responsables y libres, no con una fe heredada o estéril, porque «Jesús no nos trata como a esclavos, sino como a personas libres, amigos, hermanos». Y eso, claro, no gustará a muchos de los que tratan de neutralizar el inconformismo de los jóvenes, o de servirse de ellos para fines nada santos. Así lo advirtió el Papa en una entrevista al canal de televisión O Globo: «Un joven es, esencialmente, un disconforme. Hay que escuchar a los jóvenes, hay que darles sitio de expresión y cuidarlos para que no sean manipulados. Porque, así como hay tratas de personas, hay gente que busca la trata de jóvenes, manipulando esta ilusión, este inconformismo, y les arruinan la vida. Así que ¡cuidado con la manipulación de los jóvenes!».

Pon a Cristo en tu vida, pon tu confianza en Él y no vas a quedar defraudado

El Papa, sin embargo, expresó la confianza que él mismo, y con él toda la Iglesia, tiene en los jóvenes: «Yo sé que queréis ser buena tierra, cristianos en serio, no cristianos a medio tiempo, no cristianos almidonados, con la nariz así (empinada) que parecen cristianos y en el fondo no hacen nada. No cristianos de fachada, esos que son pura facha, sino cristianos auténticos. Sé que vosotros no queréis vivir en la ilusión de una libertad chirle (blanduzca), que se deja arrastrar por la moda y las conveniencias del momento. Sé que vosotros apuntáis alto, a decisiones definitivas que den sentido pleno», dijo en la Vigilia.

El lío de la santidad no es barullo

Ahora bien, el lío que armen los jóvenes católicos no será el barullo de una masa anónima, ni el grito de jóvenes aislados como francotiradores, sino el tronar de un ejército de apóstoles, que vivan su fe en la Iglesia: «El Señor os necesita. También hoy llama a cada uno de vosotros a seguirlo en su Iglesia y a ser misioneros. El Señor hoy os llama, no al montón, sino a ti, a ti, a ti, a cada uno», dijo en la Vigilia. Y añadió: «Somos parte de la Iglesia, más aún, nos convertimos en constructores de la Iglesia y protagonistas de la Historia. Chicos y chicas, por favor: ¡No os metáis en la cola de la Historia! ¡Sed protagonistas! Construid un mundo mejor, un mundo de hermanos, un mundo de justicia, de amor, de paz, de fraternidad, de solidaridad. (…) Seguid superando la apatía y ofreciendo una respuesta cristiana a las inquietudes sociales y políticas que se van planteando».

El lío que quiere el Papa, el lío de la santidad, tiene nombre: el Evangelio. «El Evangelio no es para algunos, sino para todos. No es sólo para los que nos parecen más cercanos, más receptivos, más acogedores. Es para todos. No tengáis miedo de ir y llevar a Cristo a cualquier ambiente, hasta las periferias existenciales, también a quien parece más lejano, mas indiferente. El Señor busca a todos, quiere que todos sientan el calor de su misericordia y de su amor». Y por si quedaban dudas, las despejó: «Evangelizar es dar testimonio, en primera persona, del amor de Dios; es superar nuestros egoísmos, es servir inclinándose a lavar los pies de nuestros hermanos, como hizo Jesús. (…) Llevar el Evangelio es llevar la fuerza de Dios para arrancar y arrasar el mal y la violencia; para destruir y demoler las barreras del egoísmo, la intolerancia y el odio, para edificar un mundo nuevo. Jesucristo cuenta con vosotros, la Iglesia cuenta con vosotros, el Papa cuenta con vosotros. Id y haced discípulos de todos los pueblos».