Las órdenes militares españolas - Alfa y Omega

Las órdenes militares españolas

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Órdenes militares en la procesión del Corpus de Ciudad Real en 2015. Foto: Diócesis de Ciudad Real

Hace unas semanas monseñor Gerardo Melgar Viciosa tomaba posesión como obispo de Ciudad Real y prior de las órdenes militares españolas, cuyos emblemas figuran ya en el escusón central del escudo episcopal. Para el hombre de hoy las órdenes de Santiago, Calatrava, Alcántara y Montesa son algo completamente desconocido y, en el mejor de los casos, un tema arcaico de novela de ficción.

Nada más lejos de la realidad. En el siglo XII, y cuando se luchaba por expulsar a los musulmanes que habían invadido la península ibérica, aparecen en los reinos de Castilla y de León, y más tarde en el de Aragón, estas instituciones que, utilizando sus propios medios económicos y humanos, apoyan a los reyes cristianos con una misión muy clara: defender la fe de Cristo, ayudar a la Iglesia, reconquistar la patria y buscar la santificación personal.

Se acogen a reglas monásticas, especialmente de san Agustín y del Císter, y su vida es entregada y austera, manteniendo unos votos de pobreza, castidad y obediencia que les configuran como monjes para la oración y el servicio a Dios, y como soldados valerosos en el combate contra los infieles.

Detalle del cuadro Las Navas de Tolosa, de Francisco de Paula van Halen y Gil (Palacio del Senado), en el que se aprecian los estandartes de las órdenes de Santiago y Calatrava. Foto: Palacio del Senado, Madrid

Cuando el rey Sancho III pregunta a san Raimundo de Fitero: «¿Cómo es posible que el son de las trompetas haga de vuestros súbditos lobos dispuestos a triunfar en la batalla, y el de las campanas los vuelva mansos corderos?». Contesta el abad: «Aquellas llaman a resistir a los enemigos de Cristo y vuestros, y estas para alabarle y rogar por vos».

Fueron nuestras órdenes militares los auxiliares fieles y comprometidos que tuvieron gloriosos hechos de armas, y eso realizando simultáneamente esa tarea callada de caridad, sin hacer proselitismo a costa del bien que hacían. El botín conseguido en las batallas siempre era dedicado a la caridad, creando hospitales, ayudando a necesitados y fomentando un incalculable tesoro histórico y cultural que sigue siendo asombro de cuantos lo disfrutan.

Aquellas guerras terminaron en la toma de Granada y la consecución de la unidad de España, pero nuestras órdenes militares siguen vivas.

Hoy su labor no la desarrollan en los campos de batalla, sino en nuestras ciudades y con un testimonio de una vida que busca la ejemplaridad.

Virtualmente sin patrimonio, después de la desamortización de Mendizábal hace 150 años, la ayuda caritativa sigue siendo esencial en el quehacer de los caballeros que costean, a través de las órdenes, hospitales, asistencia a colegios, becas para seminaristas, proyectos en el Tercer Mundo, asistencia a conventos y un sinfín de actividades.

Alfonso Ramonet García