Camino de resurrección - Alfa y Omega

Camino de resurrección

Alfa y Omega
La 'Cruz de los Jóvenes' y el 'Icono de la Virgen', en su peregrinación por Madrid
La Cruz de los Jóvenes y el Icono de la Virgen, en su peregrinación por Madrid.

«La cruz a menudo nos da miedo, porque parece ser la negación de la vida. En realidad, es lo contrario»: así de claro lo dice Benedicto XVI, en su Mensaje para la próxima Jornada Mundial de la Juventud, que, dentro de poco más de dos meses, se va a celebrar en Madrid. La experiencia que se está viviendo, en toda España, con la peregrinación de la Cruz de los Jóvenes ratifica con toda fuerza las palabras del Papa. Ciertamente, desde el primer Viernes Santo en el Calvario de Jerusalén, la Cruz es la máxima afirmación de la vida, ¡es la victoria definitiva sobre la muerte! «Es el de Dios al hombre, la expresión máxima de su amor y la fuente de donde mana la vida eterna —sigue diciendo Benedicto XVI—. Por eso, quiero invitaros a acoger la cruz de Jesús, signo del amor de Dios, como fuente de vida nueva». ¿Y quién no quiere esa vida nueva que sacie la sed de felicidad infinita que define a todo ser humano, y tan especialmente a los jóvenes que aún no la tienen sepultada por el conformismo letal de esa falsa libertad de la cultura dominante del relativismo y el nihilismo, que acaba destruyendo toda esperanza?

¡Qué bien definía ese corazón sediento de vida nueva, desde la experiencia de su propia vida, el Bienaventurado Juan Pablo II, en su última JMJ aquí en la tierra, la de Toronto, en 2002! Decía así: «Vosotros sois jóvenes, y el Papa es anciano. Pero aún se identifica con vuestras expectativas y vuestras esperanzas. Aunque he vivido entre muchas tinieblas, bajo duros regímenes totalitarios, he visto lo suficiente para convencerme, de manera inquebrantable, de que ninguna dificultad, ningún miedo es tan grande como para ahogar completamente la esperanza que brota eterna en el corazón de los jóvenes». Vale la pena mostrarles a esos jóvenes que parecen tener el corazón anestesiado, como están haciendo tantos coetáneos suyos estos días preparatorios de la JMJ de Madrid 2011, a lo largo y ancho de España, la Cruz de Cristo, experimentada en sus vidas y que, precisamente por eso, irradian esperanza, alegría y libertad.

El contraste es elocuente, como bien lo explica Benedicto XVI en su Mensaje: «Hay una fuerte corriente de pensamiento laicista que quiere apartar a Dios de la vida de las personas y la sociedad, planteando e intentando crear un paraíso sin Él. Pero la experiencia enseña que el mundo sin Dios se convierte en un infierno, donde prevalece el egoísmo, las divisiones en las familias, el odio entre las personas y los pueblos, la falta de amor, alegría y esperanza. En cambio, cuando las personas y los pueblos acogen la presencia de Dios, le adoran en verdad y escuchan su voz, se construye concretamente la civilización del amor, donde cada uno es respetado en su dignidad y crece la comunión, con los frutos que esto conlleva». Son, exactamente, los frutos de la Cruz, de una siembra dura y exigente, que como el grano de trigo, en expresión del mismo Jesús, que cae en tierra y muere, da el precioso fruto de la vida nueva. Es la siembra del amor, y nadie tiene amor más grande que aquel que da la vida por sus amigos.

«La llamada de Cristo lleva por un camino que no es fácil de recorrer, porque puede llevar incluso a la cruz. Pero no hay otro camino que lleve a la verdad y dé la vida». El entusiasmo lleno de esperanza verdadera que no deja de suscitar la Cruz de los Jóvenes a su paso por las tierras de España, confirma con toda claridad la afirmación de quien inició las llenas de fecundidad Jornadas Mundiales de la Juventud, que antes aún, en los primeros pasos de su pontificado como sucesor de Pedro describía la Cruz con estos tres rasgos esenciales: «Refugio seguro; esperanza cierta; y camino de resurrección», a lo que, para no dejar lugar a dudas de la Presencia, ya aquí y ahora, de esa Vida nueva, fuente inagotable que sacia la sed de felicidad infinita que nos constituye, añadía con su vigor característico: «Promesa, no; ¡Camino!».