El secreto: la unidad - Alfa y Omega

El secreto: la unidad

Redacción

«La fe, según su esencia, consiste en ser peregrino»: así dijo ya Benedicto XVI a los periodistas, durante el vuelo de Roma a Santiago de Compostela; y no lo dijo como una frase hecha, sino como fruto de la propia experiencia: «Podría decir que estar en camino forma parte de mi biografía». El itinerario de peregrino no puede ser más elocuente: Marktl, Tittmoning, Aschau, Traunstein, Munich, Freising, Bonn, Münster, Tubinga, Ratisbona, de nuevo Munich, y Roma, no precisamente para acabar el camino; ¡cuántos apostaban por que el nuevo sucesor de Pedro ya no sería el viajero que fue Juan Pablo II!: sólo sus Viajes fuera de Italia, con éste —que es su segundo a España—, suman ya dieciocho. ¡Y son ya 83 años los que lleva caminando! ¿Con qué fin? Él mismo lo explicó en el avión: «La peregrinación no consiste sólo en salir de sí mismo hacia el más Grande, sino también en caminar juntos», exactamente para llevar adelante la obra que el Padre le encomendó a Cristo y hoy sigue realizando su Vicario en la tierra: reunir a los hijos de Dios, a los que el pecado había dispersado. He ahí el significado del Camino, que genera familia, y del templo, que integra en la unidad a las piedras vivas para formar un solo Cuerpo de Cristo. ¿Acaso no es a esto a lo que ha venido el Papa a España?

«Los caminos de Santiago son un elemento en la formación de la unidad espiritual del continente europeo; peregrinando aquí se ha encontrado la común identidad europea», continuó diciendo Benedicto XVI, en el avión, camino de Compostela. ¡Europa, sé tú misma!, le había gritado Juan Pablo II hace ya casi tres décadas. No es otro grito que el de la llamada a esa unidad en la que consiste la vida verdadera, ¡la unidad misma de Dios, que es amor, comunión! Fuera de esta unidad, la de la familia auténtica, la del peregrino de Dios, que camina abrazando y amando, no hay libertad ni credibilidad posible. Con la dispersión, la esclavitud y la muerte están servidas. Así lo dijo el Papa en el templo de la Sagrada Familia, ante esas impresionantes y bellísimas piedras que visibilizan la realidad viva del pueblo de Dios, que es un solo Cuerpo con Cristo, «la piedra que soporta el peso del mundo, que mantiene la cohesión de la Iglesia y que recoge en unidad final todas las conquistas de la Humanidad… El único Cristo funda la única Iglesia; Él es la roca sobre la que se cimienta nuestra fe. Apoyados en esa fe, busquemos, juntos, mostrar al mundo el rostro de Dios, que es amor y el único que puede responder al anhelo de plenitud del hombre. Ésa es la gran tarea: mostrar a todos que Dios es Dios de paz y no de violencia, de libertad y no de coacción, de concordia y no de discordia».

Por eso la Iglesia se llama Familia de Dios y la familia, Iglesia doméstica; porque el secreto de la vida se llama unidad, que es la fuente de la auténtica libertad. Lo dijo bien claramente el Papa en Barcelona: «El amor generoso e indisoluble de un hombre y una mujer es el marco eficaz y el fundamento de la vida humana. Sólo donde existen el amor y la fidelidad, nace y perdura la verdadera libertad». Nuestro peregrino de Dios a la tumba del apóstol Santiago, al tomar el camino de regreso a Roma, volvió a dejarnos, en sus lúcidas palabras, el secreto de la vida: «Los caminos que atravesaban Europa para llegar a Santiago eran muy diversos entre sí, cada uno con su lengua y sus particularidades, pero la fe era la misma. Había un lenguaje común, el Evangelio de Cristo. En cualquier lugar, el peregrino podía sentirse como en casa. Más allá de las diferencias nacionales, se sabía miembro de una gran familia, a la que pertenecían los demás peregrinos y habitantes que encontraba a su paso». Bajando del avión, en el aeropuerto romano de Ciampino, cansado, pero muy feliz, con el rostro sonriente, lleno de amor, como bien puede verse en la imagen que ilustra este comentario, Benedicto XVI nos deja el reto, renovado por la esperanza que, junto a la fe de Pedro y al amor de Juan, patrocina Santiago el Mayor, de su antecesor, dirigido a Europa, ciertamente, pero sobre todo a España: ¡Vuelve a encontrarte. Sé tú misma!