Cómo votarán los cardenales en el Cónclave - Alfa y Omega

Cómo votarán los cardenales en el Cónclave

Jesús Colina. Roma
‘El juicio final’, de Miguel Ángel. Fresco de la Capilla Sixtina, donde se realizan las votaciones en el Cónclave.

Hacer hoy en día una película sobre la elección del próximo Papa sería algo técnicamente fácil, pues Juan Pablo II indicó, en la Constitución apostólica Universi Dominici gregis, minuciosos detalles sobre la manera en que debe hacerse el escrutinio. La papeleta, por ejemplo, en la que los cardenales escribirán el nombre de su preferencia «ha de tener forma rectangular y llevar escritas en la mitad superior, a ser posible impresas, las palabras: Eligo in Summum Pontificem, mientras que, en la mitad inferior, debe dejarse espacio para escribir el nombre del elegido; por tanto, la papeleta está hecha de modo que pueda ser doblada por la mitad», indica el documento.

«La compilación de las papeletas debe hacerse de modo secreto por cada cardenal elector, el cual escribirá claramente, con caligrafía lo más irreconocible posible, el nombre del que elige, evitando escribir más nombres, ya que en ese caso el voto sería nulo, doblando dos veces la papeleta», dice en segundo lugar.

En ese momento, cada cardenal elector, por orden de precedencia, después de haber escrito y doblado la papeleta, teniéndola levantada de modo que sea visible, la lleva al altar de la Capilla Sixtina, delante del cual están los tres escrutadores –cardenales escogidos por sorteo–, y sobre el cual está colocada una urna cubierta por una bandejita en la que depositar las papeletas. Llegado allí, el cardenal elector pronuncia en voz alta la siguiente fórmula de juramento: «Pongo por testigo a Cristo Señor, el cual me juzgará, de que doy mi voto a quien, en presencia de Dios, creo que debe ser elegido». A continuación, deposita la papeleta en la bandeja y con ésta la introduce en la urna. Hecho esto, se inclina ante el altar y vuelve a su sitio.

Si alguno de los cardenales electores presentes en la capilla no puede acercarse al altar por estar enfermo, el último de los escrutadores se acerca a él, quien, previo el mencionado juramento, entrega la papeleta doblada al mismo escrutador, el cual la lleva de manera visible al altar y, sin pronunciar el juramento, la deposita e introduce en la urna. Si hubiera cardenales electores enfermos en sus habitaciones, tres cardenales escogidos por sorteo –llamados enfermeros (Infirmarii)– recogerán su voto en una caja.

Una vez que todos los cardenales electores hayan introducido su papeleta en la urna, el primer escrutador la mueve varias veces para mezclar las papeletas e, inmediatamente después, el último escrutador procede a contarlas, extrayéndolas de manera visible, una a una, de la urna y va colocándolas en otro recipiente vacío, ya preparado para ello. Si el número de las papeletas no corresponde al número de los electores, hay que quemarlas todas y proceder inmediatamente a una segunda votación.

Los escrutadores se sientan en una mesa colocada delante del altar; el primero de ellos toma una papeleta, la abre, observa el nombre del elegido y la pasa al segundo escrutador, quien, comprobado a su vez el nombre del elegido, la pasa al tercero, el cual la lee en voz alta e inteligible, de manera que todos los electores presentes puedan anotar el voto en una hoja. El mismo escrutador anota el nombre leído en la papeleta. Si, durante el recuento de los votos, los escrutadores encontrasen dos papeletas dobladas de modo que parezcan rellenadas por un solo elector, si éstas llevan el mismo nombre, se cuentan como un solo voto; si, por el contrario, llevan dos nombres diferentes, no será válido ninguno de los dos; sin embargo, la votación no será anulada en ninguno de los dos casos.

Concluido el escrutinio de las papeletas, los escrutadores suman los votos obtenidos por los varios nombres y los anotan en una hoja aparte. El último de los escrutadores, a medida que lee las papeletas, las perfora con una aguja en el punto en que se encuentra la palabra Eligo y las inserta en un hilo, para que puedan ser conservadas con más seguridad. Al terminar la lectura de los nombres, se atan los extremos del hilo con un nudo y las papeletas así unidas se ponen en un recipiente, o al lado de la mesa.

Los escrutadores hacen la suma de todos los votos que cada uno ha obtenido, y si ninguno ha alcanzado los dos tercios de los votos en aquella votación, el Papa no ha sido elegido; en cambio, si resulta que alguno ha obtenido los dos tercios, se tiene por canónicamente válida la elección del Romano Pontífice. En ambos casos (es decir, haya tenido lugar o no la elección), los revisores –tres cardenales elegidos por sorteo– deben proceder al control tanto de las papeletas como de las anotaciones hechas por los escrutadores, para comprobar que éstos han realizado con exactitud y fidelidad su función.

Inmediatamente después de la revisión, antes de que los cardenales electores abandonen la Capilla Sixtina, todas las papeletas son quemadas por los escrutadores, ayudados por el Secretario del Colegio cardenalicio y los ceremonieros, quienes habrán sido llamados entre tanto por el último cardenal diácono.

Al finalizar la elección, el cardenal Camarlengo de la Santa Iglesia Romana redactará un escrito, en el cual declarará el resultado de las votaciones de cada sesión. Este escrito será entregado al Papa elegido y después se conservará en el archivo correspondiente, cerrado en un sobre sellado, que no podrá ser abierto por nadie, a no ser que el Sumo Pontífice lo permitiera explícitamente.