Hace 20 años un equipo de investigación de periodistas de The Boston Globe fue premiado con el prestigioso Premio Pulitzer por su serie editorial que reveló décadas de abusos y encubrimiento por parte de la Iglesia católica en la archidiócesis de Boston. Sus esfuerzos quedaron inmortalizados en la película de 2015 Spotlight, que cosechó elogios de la crítica y concienció sobre la tragedia de los abusos y el sufrimiento de las víctimas. Los premios y elogios son bien merecidos y la dedicación del equipo de Spotlight para revelar los abusos debe ser recordada y reconocida en este aniversario.
Sin embargo, y más importante, también nos brinda la oportunidad —como individuos y como Iglesia— de reflexionar sobre lo que ha sucedido desde entonces. Por un lado, la investigación allanó el camino para las denuncias de abusos cometidos por miembros del clero en todo el mundo, demostrando que los abusos sexuales no eran un problema americano, sino un fenómeno global. Pero, en los últimos 20 años, ¿ha disipado por completo las tinieblas de los abusos sexuales que han atenazado a la Iglesia durante décadas? La respuesta es sencilla: aún queda mucho trabajo por hacer.
Es cierto que la Iglesia católica ha dado pasos para convertirse en una institución más transparente, especialmente durante el pontificado del Papa Francisco, que ha reforzado la legislación en la lucha contra los abusos sexuales. Entre las más notables se encuentran el motu proprio de 2016 Como una madre amorosa, que amplió las leyes canónicas para la remoción de obispos y superiores por negligencia con respecto al abuso, así como la promulgación en 2019 de Vos estis lux mundi, que introdujo normas de procedimiento para luchar contra el abuso sexual y hacer responsables a obispos y superiores religiosos por sus acciones o, más bien, su negligencia. Además, el ejemplo del Papa Francisco de reunirse con los supervivientes y escucharlos con empatía es un ejemplo que todos los católicos, especialmente los que ocupan puestos de autoridad, deberían seguir.
Sin embargo, el mensaje central de la investigación Spotlight, y de la película inspirada por ella, es que la Iglesia católica puede y debe ser transparente, debe comprometerse en la lucha contra los abusos sexuales y, además, asegurarse de que los abusos contra niños y personas vulnerables no vuelvan a repetirse. La lucha contra los abusos sexuales requiere también un cambio de corazón y un cambio de comportamiento en el seno de la Iglesia católica, que desgraciadamente a menudo ha tratado los casos de una manera que se expresa muy adecuadamente con la palabra italiana omertà, que significa el deseo de resolver todo barriéndolo bajo la alfombra, el acto de esconderse y pensar que todo pasará. Como Iglesia, debemos comprender que no pasará. Solo hay dos caminos: o afrontamos las cosas, aceptamos la responsabilidad y nos ocupamos de ello, o nos veremos obligados a hacerlo.
El trabajo del equipo de Spotlight también pone de relieve el importante papel que desempeña el periodismo en el impulso de la transparencia y en la exigencia de responsabilidades a la Iglesia. La labor de los periodistas es significativa cuando es objetiva, verificable y se realiza con el debido respeto a las personas. También hay que señalar que, sin la presencia de los medios de comunicación, las acciones de la Iglesia en la lucha contra los abusos irían a un ritmo mucho más lento. Ciertamente, la relación entre los medios de comunicación y la Iglesia católica no es perfecta. A menudo, hay personas en posiciones de autoridad que desconfían de los medios o temen que sus palabras puedan ser sacadas de contexto o malinterpretadas.
Por otra parte, mientras que la mayoría de los periodistas son objetivos y buscan la verdad por el bien del público, hay algunos que pueden utilizar su plataforma como una forma de promover una agenda política o ideológica particular en lugar de ser un medio para garantizar la justicia y promover una comprensión más profunda.
Al igual que la fe y la razón, la Iglesia católica y los medios de comunicación no son incompatibles, sino complementarios. Una relación sana, basada en la transparencia y la confianza, garantiza que la Iglesia sea abierta y honesta consigo misma y con el público en general, y, a la vez, permite a los periodistas cumplir con su deber de informar sobre los hechos con veracidad.
En la cumbre sobre abusos celebrada en 2019 en el Vaticano, las sinceras palabras de la periodista mexicana Valentina Alazraki sirven tanto de recordatorio como de advertencia muy necesaria para todos los obispos y autoridades eclesiásticas en este aniversario. «Si ustedes están en contra de los abusadores y de los encubridores, estamos del mismo lado. Podemos ser aliados, no enemigos. Les ayudaremos a encontrar las manzanas podridas y a vencer las resistencias para apartarlas de las sanas. Pero si ustedes no se deciden de manera radical a estar del lado de los niños, de las mamás, de las familias, de la sociedad civil, tienen razón a tenernos miedo, porque seremos sus peores enemigos. Porque los periodistas queremos el bien común».