Los amigos, la escritura y el jardín - Alfa y Omega

Los amigos, la escritura y el jardín

Paula Fernández de Bobadilla

«¿Por qué las personas incapaces de mostrar sus debilidades suponen que eso es una fortaleza y no una debilidad?». Diario a los setenta (Gallo Nero, 2024), de la poeta y novelista estadounidense May Sarton (1912-1995), es una delicia. Comienza el día de su 70 cumpleaños y rebosa imágenes y reflexiones inteligentes, al igual que los tres volúmenes de memorias suyas que se han publicado hasta ahora. Es como si esta mujer no se acabase nunca, ¿cómo es posible? Quizá una de las claves esté en esa vulnerabilidad que ella, desde luego, no teme mostrar, y que hace que enseguida se le coja cariño. Pero no es solo eso.

Se trata de un diario sosegado, brillante, que no pide demasiado de nosotros; tan solo una lectura tranquila, sin prisa por terminar. Al igual que una señora de 70 años que ha envejecido bien, apenas nos exige nada: ni siquiera mucho tiempo. Sarton está ocupada con sus cosas —escribiendo, jardineando, disfrutando de los amigos que van a verla— y nosotros nos asomamos a saludarla de vez en cuando. 

Me encanta pensar que sus palabras son tan acogedoras como debió de serlo su casa y que el placer que experimentamos al leerlas se parece al que sentían las personas que allí la visitaban. Se me ocurre que este es un libro muy recomendable para aquellos que intentamos luchar a diario contra las consecuencias del estímulo permanente. Es decir, para casi todos.

Hay una lucha por el equilibrio en May Sarton que hace que la sienta muy cercana. El también escritor Isaac Bashevis Singer (1902-1991) consideraba que las interrupciones —cuando estaba escribiendo— eran parte de la vida. No solo eso, sino que a veces esas distracciones le eran muy útiles, pues ese descanso a lo mejor le daba otro punto de vista sobre algún tema particular. Según él, nunca había escrito en paz. Pero yo diría que Singer escribía exactamente así, en paz, porque le daba igual que lo interrumpieran. Mientras que él encajaba la escritura de un modo natural en su vida, Sarton tenía que luchar para mantener un equilibrio entre escribir y vivir. Y, aunque tenía claras sus prioridades —primero los amigos, luego la escritura y, por último, el jardín—, necesitaba de una mayor quietud. Sospecho que parte del problema estaba en que era una gran anfitriona; de ahí su ambivalencia para recibir. Encontraba agotador hablar sobre sus libros con las visitas, intentar dar respuestas inteligentes mientras miraba al reloj pensando en que no se le podía olvidar poner agua a hervir para las patatas. Es fácil identificarse con ella.

Creo que esa lucha por el equilibrio resulta en una visión de la vida muy especial: se para en los detalles, pero también le da para mirar hacia afuera, al mundo, y escribe sobre los que la rodean con una compasión inteligente. Eso y las alegrías de su vida, que, según dice, no han cambiado con la edad —«las flores, la luz de la mañana y el atardecer, la música, la poesía, el silencio, los jilgueros brincando alrededor»— me hacen pensar que me habría gustado mucho ir a verla a su casita de Maine. No me cuesta nada imaginarme a su lado, con las manos sucias de tierra, quitando las malas hierbas de los parterres. 

A la escritora le gustaba el vino de Jerez, y no me extraña. Yo diría que leerla tiene bastante que ver con la forma en la que se bebe un oloroso seco: a buchitos, dejando que su sabor aterciopelado e intenso nos llene la boca y nos caliente el cuerpo. Acompañar la caída de la tarde con un par de entradas de sus diarios y leernos dos o tres más de noche, antes de quedarnos dormidos, es una buena manera de disfrutar de su compañía, tan discreta, tan poco invasiva. Tan diferente, en fin, de casi todo lo que nos rodea.

Diario a los setenta
Autor:

May Sarton

Editorial:

Gallo Nero

Año de publicación:

2024

Páginas:

340

Precio:

24 €