Vende lo que tienes y sígueme - Alfa y Omega

Vende lo que tienes y sígueme

Lunes de la 8ª semana de tiempo ordinario / Marcos 10, 17-27

Carlos Pérez Laporta
'Cristo y el joven rico'. Atribuido a Meester van Antwerpen. Rijksmuseum, Amsterdam
Cristo y el joven rico. Atribuido a Meester van Antwerpen. Rijksmuseum, Amsterdam.

Evangelio: Marcos 10, 17-27

En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó:

«Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?». Jesús le contestó:

«¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre».

Él replicó:

«Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño». Jesús se le quedó mirándolo, lo amó y le dijo:

«Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme».

A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó triste, porque era muy rico. Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos:

«¡Qué difícil les será entrar en el reino de Dios a los que tienen riquezas!». Los discípulos quedaron sorprendidos de estas palabras. Pero Jesús añadió:

«Hijos, ¡qué difícil les es entrar en el reino de Dios! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios».

Ellos se espantaron y comentaban:

«Entonces, ¿quién puede salvarse?». Jesús se les quedó mirando y les dijo:

«Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo».

Comentario

Aquel hombre «se le acercó corriendo», cargado de urgencia. Tenía prisa por llegar a su encuentro, como si le faltara el tiempo. Cualquiera hubiera dicho que tenía algún pariente o amigo moribundo y que venía a interceder por él, en busca de los poderes sanadores de Jesús. Incluso «se arrodilló ante él». La desesperación y la ansiedad estaban concentradas en la devoción a Jesús, como si le fuera la vida en ello.

Para sorpresa de todos le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?». Lo que tanto le apremiaba era la vida eterna. Tanta impaciencia por la vida eterna. Con razón la tradición ha dicho que se trataba de un joven, aunque el texto no lo comente; porque lo característico de la juventud es aspirar a la eternidad, con independencia de la edad (santo Tomás de Aquino). Lo que le quemaba en todo lo que hacía era precisamente la fugacidad del tiempo y la vanidad de todo: nada de cuanto trataba de agarrar quedaba en sus manos. Su propia vida pasaba inevitablemente. Tenía sed de vida eterna. Ni siquiera la bondad, el cumplimiento de los mandamientos de Dios, le evitaban esa sensación de pérdida de la propia vida: «todo eso lo he cumplido desde mi juventud».

«Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme». No son dos, sino una y la misma cosa: déjalo todo y sígueme. Dejarlo todo significa no aferrarse a las cosas cuya seguridad es falsa. Dejarlo todo consiste en no tratar de detener el tiempo, porque la eternidad no es el tiempo paralizado; la eternidad es la plenitud del tiempo, el valor infinito de cada instante, que sólo se saborea cuando uno se entrega por completo en el tiempo. La eternidad se vislumbra por detrás del tiempo, al entregar nuestra única vida, que por única tiene un valor infinito. De ese modo, la eternidad siempre es el reverso del tiempo, porque el tiempo no se guarda: o se pierde o se entrega; una perdida eterna o una entrega eterna. «Una cosa te falta»: soltar es seguirle. Soltar amarras y seguir el curso del tiempo, dejándose conducir por en la historia, poniendo la seguridad en el porvenir que Él nos tiene preparado.