Un misionero claretiano en Timor Oriental: «Me rompí dos veces la rodilla por celebrar Misa»
Es canario de nacimiento, aunque su acento delata los más de 20 años vividos en Madrid. Juan Ángel Artiles, misionero claretiano, llegó con 43 años a la tropical isla de Timor, en la zona de Indonesia. Lleva dos accidentes de moto a sus espaldas que le dejaron en reposo varios meses «porque en las carreteras hay agujeros de metro y medio de profundidad». Pero él no se achanta: no hay quien le baje de las dos ruedas para visitar a sus comunidades, acompañar y celebrar con ellos los sacramentos y «potenciar la reconciliación» entre la parte oriental –católica– y occidental –musulmana– de la isla, divididas desde la época colonial. Eso, cuando no está nadando entre cocodrilos, que por ser animales sagrados para los timorenses, pueblan los ríos
La isla está dividida en dos países, uno de mayoría musulmana y otro casi católico al 100 %.
Sí, y he estado en ambas zonas. Cuando llegué en 2005 la misión la teníamos en Timor Occidental, una parte de la isla que pertenece a Indonesia y, por tanto, es de mayoría musulmana. Ahora, desde 2013, estoy en Timor Oriental, país independiente donde el 98 % de la población es católica.
Independencia que costó muy cara…
Indonesia invadió la isla en el 75 y asfaltó carreteras, construyó escuelas, hospitales, llevó agua a muchos sitios… Pero la zona oriental se levantó frente a los invasores, porque aunque había infraestructuras, también se había cometido una matanza sin precedentes. En Timor Oriental había alrededor de un millón de habitantes y murieron cerca de 280.000 según Naciones Unidas.
Levantamiento pacífico en el que la Iglesia tuvo mucho que ver.
Si no hubiera sido por ellos… De hecho, el obispo salesiano Carlos Felipe Ximenes Belo ganó el Nobel de la Paz de 1996 compartido con el presidente Ramos Horta por su labor en el referéndum popular que dio lugar a la independencia pacífica de Timor Oriental.
Independiente… y pobre.
Indonesia dejó la zona oriental destrozada tras el referéndum. Dinamitaron los puentes, echaron abajo el tendido eléctrico… En diez días destruyeron el 75 % de las infraestructuras del país. Todavía hay un 40 % de la población sin electricidad y un yogur cuesta once euros, porque no se produce nada.
Una de tus principales labores pastorales es la reconciliación. ¿Aún perduran las secuelas?
Cuando se hizo el referéndum, un 21,5 % de la población votó en contra de la independencia, lo que significa que uno de cada cinco habitantes no estaban conformes. Esta gente se fue a la otra parte de la isla, y esto ha supuesto que muchísimas personas tengan familia en ambos lados y que las rencillas permanezcan. Durante el Año de la Misericordia hemos trabajado duro para potenciar la reconciliación, pero queda mucho por hacer.
¿Sois pocos obreros para tanta mies?
Tenemos pocos catequistas y los pocos que hay tienen una formación muy básica. Además, desde hace unos meses solo somos dos misioneros, y la pastoral sacramental nos come mucho tiempo y energía. Tardo más de una hora y media en llegar a una capilla a celebrar Misa, que solo está a 28 kilómetros de distancia. Por eso me he roto dos veces la rodilla [ríe]. La misión compartida con los laicos es una tarea pendiente.
¿Pero tenéis vocaciones?
Hay muchas vocaciones de timorenses, este año tenemos a 60 chicos en la casa de formación. En la zona indonesia también tenemos un pequeño seminario con 20 chavales.
¿Qué otros proyectos tenéis entre manos?
Damos semillas a los pequeños campesinos y formación sobre cómo plantar, regar, cuidar el campo, y que tengan así ingresos estables. También llevamos una escuela de formación profesional, porque la marcha de más de 2.500 profesores después de la independencia ha provocado que la calidad de la enseñanza haya bajado mucho.
¿Cómo se convive con la superstición?
El animismo conlleva miedo y sufrimiento. La gente no se mueve de noche por temor a los espíritus, no pueden pronunciar determinadas palabras porque traen enfermedades… Realmente condiciona sus vidas.
Las vuestras también, que nadáis entre cocodrilos.
[Ríe]. Es el animal sagrado, porque dicen que la isla se parece a la cabeza de un cocodrilo. Creen que son sus antepasados y no los matan, así que nadamos entre ellos cuando vamos al río.