Las tres Piedades de Miguel Ángel: ternura, dolor y recogimiento
Tras la escultura de la basílica de San Pedro Buonarroti, ya anciano, volvió dos veces a este tema. La compasión de la madre las dota de una inusitada belleza
El 6 de marzo de 1475 nacía uno de los grandes artistas del Renacimiento, Miguel Ángel Buonarroti. Arquitecto, pintor, poeta, pero sobre todo escultor. Se le suele asociar con la Piedad, la escultura que encontramos en la basílica de San Pedro. Realizó esta obra entre 1497 y 1499 y la esculpió a partir de un único bloque de mármol de Carrara, pues estaba convencido de que su trabajo de escultor consistía en ver la escultura dentro del bloque y ponerse a eliminar el exceso para liberar la imagen oculta en el interior. Giorgio Vasari, el gran biógrafo contemporáneo de los artistas del Renacimiento italiano, diría de ella: «Ciertamente es un milagro que un bloque de piedra sin forma haya podido ser reducido a una perfección que la naturaleza apenas puede crear en la carne». El asombro, y acaso la envidia, llevó a algunos a creer el rumor de que era obra de otro. Esto indujo a Miguel Ángel a firmar, por única vez en su vida, su obra tallando «Michaelangelus Bonarotus Florentinus faciebat» en la banda sobre el pecho de la Virgen.
El tema es la representación del cuerpo de Jesús muerto y bajado de la cruz, envuelto en el regazo de la Virgen María. Miguel Ángel hace de ambas figuras una composición unificada, en forma de pirámide, en la que el vértice es la parte superior de la cabeza de María, envuelta en una capucha. Es una cabeza bastante pequeña, mientras que el torso, cubierto por un vestido y un manto, da la impresión de ser más grande. Las piernas están abiertas y envueltas en voluminosos pliegues sobre las que se asienta la figura más delgada y pequeña de Cristo muerto.
El resultado no se debe únicamente a una destreza para trabajar el mármol, sino a la capacidad del escultor de extraer de él una sensación de vida, pues sabe captar la intimidad del dolor entre la madre y su hijo muerto. Ternura, dolor y recogimiento. Es lo que nos transmite el rostro de María al contemplar a Jesús en su regazo. No es el dolor desgarrador del llanto, sino aquel que nos deja indefensos ante la pena y que somos incapaces de expresar con palabras. De hecho, la cara de María no está desfigurada por las lágrimas, sino abatida por la tristeza. Con ese pesar acompaña al cuerpo de su hijo. Por lo demás, es llamativo que su cara sea más joven que la de Cristo. Está marcada por el dolor, pero no por los años. Muchos estudiosos lo interpretan como una referencia a la Divina comedia, al «Virgen madre, hija de tu hijo» del canto 23 del Paraíso. María tiene quizás la edad en que dio a luz al Hijo de Dios.
50 años después, un Miguel Ángel próximo a cumplir los 80 realiza otra Piedad muy diferente. En esta ocasión esculpe en un mismo bloque cuatro figuras: Cristo, la Virgen, Magdalena y Nicodemo. Ellos sujetan el cuerpo sacrificado del Maestro con suavidad y amor. Esta Piedad Bandini, también conocida como florentina, tiene su núcleo en un Cristo incapaz de sostenerse a sí mismo, pues necesita otros brazos que lo sujeten. Nicodemo, bajo los rasgos de Miguel Ángel, es un anciano de barba y cabellos blancos, pero sus brazos son todavía lo suficientemente fuertes para soportar el peso del crucificado. Pese a todo, el Cristo de la Piedad Bandini tiene un rostro hermoso, hasta el punto de haber sido comparado con un Apolo durmiente. El de la Virgen, al igual que el de Magdalena, sigue siendo juvenil. Ella trata de sujetar con su mano izquierda el cuerpo de su hijo.
Pasado algún tiempo, Miguel Ángel abordó por tercera vez el tema con la Piedad Rondanini, que se puede contemplar en un patio del Castillo Sforzesco, de Milán. Es una obra inacabada, pues el 18 de febrero de 1564, cuando el artista la trabajaba en su taller romano, le sorprendió la muerte con casi 89 años. A primera vista, parece casi un bloque de mármol en bruto, aunque hay partes bien definidas, como las piernas de Cristo. En contraste, los rostros apenas están esbozados y se pueden distinguir las marcas del cincel. En esta Piedad aparecen únicamente Cristo y María, una madre que abraza el cuerpo de su hijo muerto y trata de mantenerse en pie, pero la abandonan las fuerzas y se desliza hacia el suelo. Trabajó esta obra con impaciencia y lo hizo, según su biógrafo Vasari, «con tal furor que parecía que iba a salir hecho pedazos; con un solo golpe hacía saltar esquirlas de tres o cuatro dedos y trazaba líneas tan limpias que, desviándose poco más del grosor de un cabello, habría echado todo a perder».
Las tres Piedades tienen algo en común. Muestran, sobre todo, la compasión de una madre, lo que eleva a estas obras a un grado inusitado de belleza.