Peregrinación con tinte misionero a Fátima: «Aquí no se viene solo»
En el santuario portugués la Virgen manifiesta «la ternura y misericordia de Dios». Por eso, visitarlo ha de ser un impulso para salir a buscar a todos los hijos de Dios, afirmó el cardenal Osoro, que ha encabezado la peregrinación diocesana de Madrid
Después de la homilía llegó el momento. Las hermanas María Cristina Calvo y María Ángeles Campo se pusieron delante del altar este sábado y, con las piernas temblando, renovaron 50 años después sus votos: pobreza, castidad, obediencia… más el cuarto voto de oración por los sacerdotes que hacen las Hijas del Divino Celo o Rogacionistas. Tenían a sus espaldas la imagen de la Virgen de Fátima y con ellas, celebrando sus bodas de oro en la Capelinha de Cova de Iría, estaban cientos de peregrinos de lengua española; entre ellos, grupos de Andalucía y Galicia, además de 300 madrileños que participaban en la peregrinación diocesana a Fátima. Su arzobispo, el cardenal Osoro, presidía la Eucaristía.
«Al darnos cuenta de que su 50 aniversario de vida religiosa coincidía con el centenario de las apariciones –narra la hermana Mª Ángeles–, nos dijimos: “Qué ilusión, podríamos celebrarlo allí”», delante de esa Madre a la que en su congregación llaman la «divina superiora». Tuvieron noticia de la peregrinación, y pensaron que sería incluso mejor compartirlo con la diócesis que celebrarlo solo con sus hermanas.
La hermana Mª Cristina se encariñó de la Virgen de Fátima cuando hace años estuvo sirviendo en la parroquia del mismo nombre en Granollers (Barcelona). «Era un barrio muy sencillo, con muchísimos niños en catequesis. El párroco nos inculcó a todos esa devoción. ¡Cuánto cantábamos la canción de El 13 de mayo!».
Rezar como pidió la Virgen
Pero, además, sienten el mensaje de Fátima muy cercano a su carisma: «Lo que más nos toca es la gran misericordia que la Virgen hereda de su hijo: el querer que todos se salven –comparte su compañera–. Y Jesús podría salvarnos solo, pero quiere que nosotros nos impliquemos. Por eso nos pide que recemos». Igual que hizo la Virgen con los pastorcitos portugueses.
En línea con esto, el lema de su congregación es «“rogad al dueño de la mies que envíe obreros a su mies”: sacerdotes, pero también religiosos, voluntarios, familias… que transmitan su mensaje». La congregación conjuga este carisma de oración con la vida activa. Su fundador, san Anibal Maria di Francia, fue contemporáneo de don Bosco, y fundó obras dedicadas a la infancia en el sur de Italia. Sus hijas espirituales tienen, en Madrid, un centro de acogida donde niños en riesgo de exclusión pasan la tarde y donde además ayudan a sus familias.
«Dios pasa por los sencillos»
También el cardenal Osoro definió Fátima como un lugar en el que a través de María se manifiesta «la ternura y la misericordia» de un Dios que tiene «pasión por el hombre», como dijo en la homilía del sábado. En la pequeña aldea portuguesa, la Madre de Dios quiso invitar al mundo a «salir de la maldad y el pecado y entrar en la justicia y el derecho» que Dios ha establecido «para que vivamos». Y lo hizo escogiendo para ello a unos niños. En ese santuario «se nota que el Señor pasa por los más sencillos –afirmó antes durante la comida con los peregrinos madrileños–. Llegan personas de todos los países; algunas enfermas, otras pidiendo por sus hijos, unas dando gracias, otras buscando. Viene gente a que la Virgen les toque el corazón, y hay muchas conversiones».
En este sentido, el cardenal imprimió a la peregrinación un tono misionero. A Fátima «no venimos solos», añadió. «Habéis traído a las personas de vuestras parroquias, y también yo he estado rezando por toda la gente de Madrid». En los momentos fuertes de la peregrinación, como el rosario con velas, el vía crucis diocesano o la Misa del sábado, el arzobispo pidió a los participantes que también ellos llevaran «a toda la diócesis encima. Sin dejar a nadie, ni a ese vecino del que a lo mejor decimos que es un sinvergüenza. Para Dios no hay sinvergüenzas, hay hijos cuyo corazón quiere buscar. Y para sus discípulos hay hermanos».
María dos Anjos es sobrina de Lucía, la mayor de los pastorcitos de Fátima. Su madre, la hermana mayor de la niña, ya estaba casada cuando tuvieron lugar las apariciones de Fátima. María nació tres años después, y durante casi toda su vida ha vivido en una casa enfrente de la de los padres de la pequeña vidente, en la aldea de Aljustrel. Ahí sigue todavía hoy en día, sentada en el recibidor, pasando con la mano las cuentas del rosario y hablando con todos los peregrinos que se acercan.
Este sábado, entre ellos estaba el cardenal Osoro, que acudió a esta aldea después de rezar con sus diocesanos el vía crucis instalado en el camino que hacían los niños con su rebaño desde casa hasta Cova de Iría. «Ha sido una conversación muy bonita –ha comentado el arzobispo a Alfa y Omega–. A sus 97 años, nos ha dicho que tiene una confianza muy grande con la Virgen y que le ha entregado su vida, para lo que Dios quiera. Lo único que hace ahora es rezar y acoger a la gente, “si puedo con una sonrisa”, dice. Y con una sonrisa nos ha acogido a nosotros». La anciana no parece cansarse de las preguntas, los saludos y las peticiones de oración. «Todos tenemos que rezar unos por otros», dijo a otro grupo de peregrinos madrileños.