«Yo soy la vid, vosotros los sarmientos»
La vida de san Isidro fue sencilla, pero profundamente evangélica. Supo hacia dónde dirigía su vida en medio de las dificultades. Se nos presenta hoy como peregrino de esperanza en este año jubilar
Homilía en la Misa de la solemnidad de san Isidro, en la Pradera. Jueves 15 de mayo
Resuena fuerte en esta pradera «yo soy la vid, vosotros los sarmientos». En un mundo como en el que vivimos, esta es quizás una de las mejores noticias que podemos recibir. Es cierto que esta noticia fue pronunciada en un mundo rural y agrícola, pero el fondo del mensaje es el mismo. En un mundo con sed de sentido, donde a menudo estamos divididos y metidos en cápsulas; un mundo precioso, pero marcado por el individualismo, el desarraigo, la pérdida de sentido y la fragmentación, estas palabras de Jesús resuenan con fuerza. Aquí nos habla el Señor como alguien que conoce el alma humana y sabe de nuestras heridas.
En estos días en que hemos despedido al Papa Francisco y hemos acogido al nuevo Papa León XIV —que comenzó recordándonos algo esencial: «Dios nos quiere. El mal no prevalecerá»—, en estos días nos hemos dado cuenta y nos hemos sorprendido muchos cómo todos miraban a Roma, quizá buscando con sed —creyentes y no creyentes— a alguien que dé sentido. Estos días nos hemos dado cuenta de la sed del mundo y de una sociedad donde muchos no saben ya de dónde vienen ni hacia dónde van. Ahora solo queda, después de estos días, no fijarse en el dedo que señala ese sentido, sino mirar a dónde el dedo y las vidas apuntan; que no es otro lugar que Jesucristo, que es quien da sentido a nuestras vidas y hace posible la verdadera felicidad.
Miremos hoy a Cristo, la vid verdadera, que ha dado la vida para que estemos aquí, y ha dado la vida para que encontremos sentido a la vida. Cristo, que ha dado la vida por todos los sarmientos; a nuestras familias, a nuestros vecinos, a las heridas de la vida y a cada cruz.
Hoy, de nuevo, por medio de los santos, como san Isidro, y los testigos de Cristo, Él se presenta ante nosotros para que, en la sencillez de la celebración, lo acojamos como raíz, como fuente, como sentido. Él es el que sostiene.
Una vez más, el pueblo de Madrid se reúne en esta pradera que lleva el nombre de su patrono. No importa de dónde vengamos ni cómo nos sintamos: todos somos acogidos por este vecino nuestro, este santo campesino que comprendió profundamente lo que significa estar unido a Cristo y a los hermanos. Hoy nos dice a todos nosotros, en el corazón de la ciudad, que tenemos sentido, que la vida tiene sentido, que los desvelos tienen sentido, que nuestras heridas tienen sentido, y que es posible dar a todo eso luz por complicado que sea.

La vida de Isidro fue sencilla, pero profundamente evangélica. Supo quién era en todo momento, supo en qué tierra caminaba, hacia dónde dirigía su vida en medio de las dificultades. San Isidro se nos presenta hoy como peregrino de esperanza en este año jubilar. Sabía caminar en medio de las dificultades, pero con una diferencia: apoyado siempre en Dios y buscando el sentido que tenían las cosas. Estamos en el ecuador del año jubilar y en tiempos complejos, pero no nos equivoquemos: no era mucho más fácil la época que tocó vivir a san Isidro y a su familia a finales del siglo XI. Era un tiempo de inseguridad y de continuas escaramuzas bélicas alrededor de Madrid. Se concatenaban conquistas, pérdidas y reconquistas con sus consiguientes desplazamientos forzosos, de los que él mismo Isidro fue víctima. San Isidro, en medio de esto, aprendió a vivir en esperanza. ¿Por qué? Porque conocía al Jesús. Porque su día comenzaba en oración que le unía a Él. Porque no dejó que el miedo marcara su destino. Porque supo ver a Dios en las cosas y en los brotes pequeños: en su esposa María, en su hijo, en sus vecinos, en los compañeros de trabajo y en los más pobres.
San Isidro hizo palpable que se puede vivir en esperanza con muy pocos aperos: simplemente fiándose de Dios, rezándole mucho y participando de la vida de la Iglesia y de su comunidad a través de los sacramentos, cuidando de su familia y mostrándose delicado y hospitalario con los forasteros y los pobres de su época. Nada más, y nada menos.
Esta es la esperanza de la que nos habla Isidro en estos momentos. Una esperanza con raíces, con rostro, con manos encallecidas que nos muestran que la vida plena, que la felicidad, está al alcance de quien ama a Dios y sirve a los demás sencillamente.
¿Seremos capaces nosotros, que estamos aquí en la pradera en medio de la fiesta y de la celebración, de recoger el testigo de Isidro y descubrir el sentido de nuestras vidas por medio de quienes han sido felices antes que nosotros?
Pero, queridos amigos, para ser peregrinos de esperanza, para sembrar de esperanza Madrid, nuestras familias, nuestros barrios, tenemos que estar dispuestos a movernos del sitio. Nadie peregrina sin moverse. Movernos para dejarle más hueco a Dios en la vida, como hacía cada mañana a primerísima hora nuestro santo, que tuvo que soportar no pocas maledicencias por ello. Movernos para hacer sitio también a los demás, aunque sea a costa de apretarnos un poco. Solo moviéndonos seremos en verdad hospitalarios, más dignos y verdaderos hijos e hijas de Dios. Movernos para dialogar, no para mantenernos en nuestras posturas sino para dar un paso adelante esperando que el otro dé un paso también y podamos encontrarnos y, así, peregrinar para sembrar esperanza.
Intervención de las administraciones en Barajas
Somos peregrinos pero unidos a la vida y unidos hoy, un poco más, entre nosotros. Esta es la siembra también de san Isidro: el que podamos unirnos hoy un poco más. Jesús nos invita a permanecer en Él, y eso significa también permanecer unidos entre nosotros. No hay sarmiento que dé fruto si se separa de la vid, ni vid que florezca si sus ramas no llevan la vida de Cristo. San Isidro lo entendió: vivió su fe pero encarnada, día a día, de la mañana a la noche, injertada en la vida de su familia, en sus parroquias y en los lugares que visitaba.
Eso nos hace caer en la cuenta del milagro que tenemos en Madrid: el milagro heredado de san Isidro de nuestra presencia como cristianos en esta ciudad de Madrid a través de parroquias y comunidades en cada barrio y cada rincón. La presencia de nuestras comunidades —como las que había aquel tiempo de Isidro— es el evangelio de la cercanía. No dejéis de valorarlo, no dejéis de construirlo; no dejéis de participar, de arropar y de construir vuestras comunidades al estilo de Isidro, que las visitaba, rezaba y participaba de ellas. Seguid construyendo vuestras comunidades y parroquias, y haciendo lugares y casas de esperanza para todos nuestros vecinos y vecinas.
El Bautismo nos injerta en Cristo y nos hace una especie de gran vid, cuyo tronco es el Dios encarnado y las ramas somos cada uno de nosotros. No podemos evangelizar ni hablar de Cristo a nuestros vecinos, que hoy nos están viendo, si no nos ven unidos, si no ven en nosotros signos de unidad, de diálogo y de fraternidad por medio de esta celebración y por medio de nuestras comunidades y parroquias.

San Isidro nos recuerda que la verdadera santidad no divide, sino que une; que no se impone, sino que acompaña. San Isidro entendió que unido a la vid debía dar frutos; lo sembró y esa siembra es la que ahora recogemos nosotros. Lo reconocemos porque él tuvo una misión muy especial: fue sembrador de esperanza, fue sembrador de unidad, pero estuvo continuamente preocupado por sus vecinos; fue un lugar donde él descubría a Dios.
Si nos dejamos tocar por Cristo, no nos lo podemos quedar ni retener en nuestro interior. Somos sembradores de Cristo también entre nuestros vecinos, el que vive arriba y el que vive abajo, los que están a nuestro alrededor, con los que nos encontramos en el metro y en nuestros trabajos. Somos sembradores de esa felicidad en medio de ellos.
Isidro es vecino, un buen vecino con una vida humilde y honrada en el Madrid medieval; cristiano de fe profunda, mozárabe acostumbrado a vivir entre musulmanes sin perderles el respeto ni obviar la propia identidad en Madrid.En una ciudad como Madrid, donde la vida va deprisa, donde corremos el riesgo de convertirnos en extraños entre nosotros, el ejemplo de san Isidro nos recuerda que ser buenos cristianos pasa por ser buenos y atentos vecinos, activando la cercanía, la hospitalidad, el cuidado mutuo de unos a otros. Por eso hoy sigue ayudándonos Isidro a vivir como cristianos vecinos en medio de nuestra ciudad. En este Madrid abierto y cosmopolita, Isidro nos ayuda a acoger, cuidar y estar atentos a lo que sucede a nuestro alrededor y mirar con los ojos de Cristo.

Tenemos no pequeños desafíos en un Madrid con muy serios problemas de vivienda y de acceso a ella de nuestros jóvenes, con el riesgo de una dualización social, o con no pocas personas en situación de calle incluso en nuestro aeropuerto. Necesitan de la intervención de todas las administraciones y de todos nosotros para dar respuestas de humanidad, de justicia y de esperanza para todos. El compromiso de la Iglesia, de la sociedad y de los poderes públicos debe caminar en esta dirección, como señala la doctrina social de la Iglesia. Aún estamos muy lejos de quedar satisfechos en la atención a las personas sin hogar o a los menores en desventaja, por señalar solo dos situaciones que nos duelen especialmente. Ojalá que el empeño de san Isidro por ayudar a sus vecinos se siga traduciendo en pautas para que nosotros seamos buenos vecinos implicados unos con otros, y en ejercicio concreto y permanente de cuidado a los más vulnerables, a los migrantes y respeto a los derechos más básicos.
Mil años después, Isidro sigue brillando hoy como un testimonio de coherencia que ha sembrado esperanza entre nosotros y nos hace sembradores de esperanza. Bajo su patrocinio nos sentimos en buenas manos. Hoy agradecemos la intercesión de san Isidro Labrador y, por qué no decirlo, le pedimos que nos dé un poco de tregua; vamos de susto en susto: pandemia, climatología y apagones incluidos nos sobresaltan. Por eso, más que nunca, necesitamos de la fiesta, el esparcimiento sano y la diversión desde la fe pascual.
Sabemos que un santo triste es un triste santo. Por ello, esta acción de gracias a Dios por san Isidro en esta Pradera no solo forman parte de las fiestas que celebramos, sino que constituyen fuente y culmen de esta celebración.Queridos hermanos, disfrutad. Disfrutad de Dios. Disfrutad de quien da sentido a nuestra Vida que es Cristo, como ha descubierto san Isidro. Disfrutad de la fe que ilumina. Sembrad esperanza, sembrad unidad. Sembrad cariño a los vecinos. Disfrutad de este regalo del que somos parte. ¡Feliz día de San Isidro!