Yo he venido a llenar - Alfa y Omega

Fran ha muerto. Se fue de manera imprevista y trágica. Se fue aquel que siempre estaba ahí, el que siempre tenía una broma. El que reía y te abrazaba. El que ama con locura a Laura, a Vega y a Diego. Su hermana María me preguntaba: «Y ahora, ¿qué debo preguntarle a Dios?». Y no supe qué contestarle.

Sé que la familia y los amigos de Fran no somos los primeros ni seremos los últimos en enfrentarnos al misterio del sufrimiento. En estos momentos hago míos esos versos del poema de Gilgamesh: «¿Cómo puedo estar quieto? ¡Mi amigo, al que yo amaba, ha vuelto a ser tierra!». Y hago mío el grito del santo Job pidiendo, e incluso, exigiendo, las razones de la tragedia.

He buscado respuestas en los libros, en los clásicos, en las experiencias. He repasado apuntes y he intentado releer a Dostoyevski, Chesterton, Roth, Unamuno. Porque como diría Iván Karamazov: «De lágrimas humanas está empapada la tierra, desde la corteza hasta el centro»; pero nunca se pierde la esperanza y podría responderle Miguel de Unamuno: «Jamás desesperes, aun estando en las más sombrías aflicciones, pues de las nubes negras cae agua limpia y fecundante».

He pensado mucho y he rezado más aún. Y he intentado buscar alguna explicación humana que pueda ayudar a su familia a mitigar el dolor, pero no encuentro palabras. Me gustaría darles una explicación, un consuelo, decirles que el dolor siempre tiene un sentido, que Tú lo puedes todo y que Fran está en el cielo.

Por eso, querido Dios, invoco tu presencia para su mujer, para sus hijos, para su madre, Ana Mari, para sus hermanos David y María. Dales fuerza y ofréceles a ellos esa explicación que a mí se me escapa. Que se hagan carne y realidad las palabras del Evangelio que Paul Claudel hace resonar: «Yo no he venido a explicar, a disipar las dudas con una explicación, sino a llenar, o mejor, a reemplazar con mi presencia la necesidad misma de la explicación».

Escucha mi súplica y perdona mi arrebato y rebeldía. ¿Quién soy yo para pedirte una explicación? Ojalá pronto podamos todos decir las palabras de Job: «Te conocía solo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos; por eso me retracto y me arrepiento, echado en el polvo y la ceniza».