Y Trento prohibió a las mujeres «peligrosas»
Víctimas del «clericalismo feroz» que surgió en el Medievo, las beguinas fueron «una forma de vida libre y creativa que no hemos vuelto a tener en la Iglesia»
«Las mujeres comúnmente conocidas como beguinas no prometen obediencia a nadie ni renuncian a sus posesiones, ni profesan ninguna norma aprobada. No son religiosas en absoluto, y algunas parecen estar dirigidas por una locura particular. Predican sobre la esencia divina y atrapan así a mucha gente sencilla, llevándola a varios errores. Generan numerosos peligros a las almas bajo el manto de la santidad. Este sagrado Concilio prohíbe su modo de vida y que sigan enseñando, bajo pena de excomunión». Con esta dureza se pronunciaba en 1312 el Concilio de Vienne (Francia) sobre una forma de vida femenina muy particular que se desarrolló en Europa durante la Edad Media.
En realidad, las beguinas fueron el primer movimiento laical damnificado por el «clericalismo feroz que fue emergiendo en el Medievo, curiosamente al mismo tiempo que en la Iglesia desaparecía la sinodalidad», afirma la teóloga Cristina Inogés, que participó en la primera sesión del actual Sínodo de los Obispos y que acaba de publicar Beguinas. Memoria herida. Estas mujeres pertenecieron a un movimiento exclusivamente femenino que explotó en Europa entre los siglos XII y XIV. Llegó a haber en todo el continente más de un millón de ellas, en España sobre todo en Aragón, donde incluso hoy se las recuerda en la tradicional recreación de las bodas de Isabel de Segura.
«Las había de todas clases –explica Inogés–, hijas de comerciantes junto a otras mujeres que no sabían leer ni escribir». Vivían sobre todo en las ciudades y se dedicaban principalmente al cuidado de enfermos, mujeres desamparadas y huérfanos. «De algún modo son las primeras que hicieron pastoral penitenciaria, en particular por su atención a las mujeres presas, y también son precursoras de la pastoral de enfermos y de enseñanza, e incluso de las ONG que hoy conocemos», dice la teóloga.
Tanto su modo de vida como sus actividades fueron de lo más flexible. Algunas vivían comunitariamente en beaterios, pero cada una en su casa propia, muchas veces con un hospital anexo. Otras, simplemente, vivían en sus casas. Todas comían de su trabajo, pues no eran mendicantes ni renunciaban a sus propiedades. Vestían de modo austero, pero sin hábito. Tampoco tenían clausura ni votos, y en lo espiritual no estaban obligadas a rezar juntas, sino que cada una se organizaba como quería. Pero, ¿qué es lo que les hizo estar tan perseguidas por el sector más clerical de la Iglesia de su tiempo? Inogés cuenta que muchas beguinas «tenían amplios conocimientos en medicina, Sagrada Escritura y teología. Compaginaban perfectamente la acción y la contemplación, y algunas fueron místicas, aunque no todas». «Cuando Lutero introdujo más tarde la idea de la subjetividad en la oración, ellas ya llevaban mucho tiempo viviendo así su relación con Dios. Defendían la intimidad con el Señor sin necesidad de mediadores, y eso las hacía incómodas».
Tanto fue así que «eran capaces de leer la Biblia e incluso la traducían del latín a la lengua del pueblo, para que la gente la pudiera comprender». Esta manera de actuar «hizo que muchos las vieran como peligrosas, e incluso algunas murieron en la hoguera». Todo ello culminó en el Concilio de Trento, donde «se impuso la clausura a todas las religiosas, lo que afectó a todas las mujeres, no solo a las monjas». Debido a ello, durante todos estos siglos «nos hemos perdido una forma de vida libre y creativa que no hemos vuelto a tener en la Iglesia».
Cristina Inogés
PPC
2021
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