Violadas, toreadas, fusiladas... con una vida llena de Cristo - Alfa y Omega

Violadas, toreadas, fusiladas... con una vida llena de Cristo

Se presenta en Madrid el segundo volumen de Martirologio matritense del siglo XX, que recoge las vidas de los 661 religiosos y religiosas muertos por la defensa de la fe entre 1936 y 1939

Begoña Aragoneses
Sor Ángeles, junto a las tumbas de cinco beatas mártires en la casa provincial de las Hijas de la Caridad en Madrid. Foto: Begoña Aragoneses.

«¿Qué lleva bajo el cuello?», le espetó el revisor a sor Andrea Calle, hija de la Caridad de 32 años, en el tren que cogió de Albacete a Madrid el 26 de julio de 1936 huyendo de una muerte segura. «Un collar que me ha regalado mi esposo». «Qué feo», no se contuvo el hombre. «Ya, pero mi esposo es diferente y le encanta este collar». En realidad era el rosario que unos días antes había recibido en su profesión de votos, del que no se quiso deshacer. Sor Andrea sufrió el martirio en Madrid, en septiembre de ese mismo año. Con ella, otras dos hermanas, sor Dolores Caro y sor Concepción Pérez. Fueron violadas, toreadas en la plaza de toros de Vallecas como si fueran miuras por una muchedumbre en la que había incluso niños, apedreadas y fusiladas en Entrevías. El rosario-collar de sor Andrea lo conservan las Hijas de la Caridad en la casa provincial San Vicente de Madrid, en un pequeño museo de los mártires con otras reliquias. Los restos de las tres hermanas, y los de otras dos martirizadas también en Madrid en noviembre del 36, se conservan en una capilla de la casa.

Formaron parte de las 15 hijas de la Caridad asesinadas en la capital —sus cuerpos fueron los únicos que se recuperaron— y declaradas beatas en 2013 junto a otras 13 hermanas. «Mis chicas», las llama sor Ángeles Infante, vicepostuladora de la compañía, a quien el contacto con estas mujeres le ha cambiado la vida. Reconoce que le costó aceptar el encargo, ella que es licenciada en Física —«del cosmos», puntualiza— y Química. «Cómo voy a dejar a estos niños, que son tan pobres», se preguntaba, pensando su tarea como profesora. Ahora asume que «ha sido una gracia» que le ha renovado la mentalidad e incluso la forma de percibir su vocación. «He comprendido como experiencia de vida aquello que dijo Jesús: “No hay amor más grande que el que da la vida por sus hermanos”». Y este es para ella el secreto del martirio, «entender que Cristo llena tu vida tanto que vale más entregarla que seguir viviendo».

Martirologio matritense del siglo XX. Volumen II
Autor:

Miguel C. Vivancos

Editorial:

BAC

Año de publicación:

2022

Páginas:

992

Precio:

39,9 €

«El martirio es el culmen de una vida», expresa mientras paseamos por la casa, un edifico neomudéjar bien de interés cultural, inaugurado en 1909 como hospital para convalecientes pobres y en el que actualmente residen 150 hermanas. En su mano lleva el segundo volumen de Martirologio matritense del siglo XX, que será presentado el lunes 7 de noviembre, a las 19:00 horas, en la iglesia de las Calatravas. En el acto, presidido por el arzobispo de Madrid, cardenal Carlos Osoro, estará también sor Ángeles. Si el primer libro, publicado en 2019, recogía las vidas de los 408 sacerdotes y 17 seminaristas víctimas de la persecución religiosa en Madrid, este perfila una panorámica semejante de los 661 religiosas y religiosos asesinados. Muchos de ellos ya han sido reconocidos oficialmente por la Iglesia como mártires.

No hay referencia que haga sor Ángeles a ellos que no venga acompañada de un paralelismo bíblico. Sor Josefa Laborra pidió ser la última en recibir los tiros para animar a sus hermanas; «Sean fuertes, nos espera el cielo», les decía. «Se cumple la historia de la madre de los macabeos», apunta la vicepostuladora. Sor Martina Vázquez —de cuyo hábito se conversan trozos en el museo— se ofreció a cambio de salvar al resto de su comunidad, «como Cristo en el prendimiento: “Si me buscáis a mí, dejad marchar a estos”». Otro dato: «Todas murieron rezando el padrenuestro para decir que querían perdonar». Antes del «último tiro», pidieron un momento de oración para poner «sus vidas en manos del Padre». Y todas «ofrecieron su vida, como Cristo: “Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente”».

Rosario-collar de sor Andrea Calle, conservado como reliquia en el museo de las hermanas. Foto: Begoña Aragoneses.

En estos tiempos «de tanto relativismo» y en los que la concordia es «realmente una necesidad», la hija de la Caridad destaca esa pasión de los mártires por la verdad y la paz que interpela a los cristianos de hoy. De nuevo, remite a Jesús, «la paz os dejo», y a su intervención en el pretorio, «para eso he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad». «¿Por qué esa respuesta del martirio? Porque la Eucaristía, Cristo, fue su centro; fueron capaces porque había detrás toda una vida». Los mártires son también ejemplo de hacer Iglesia, de caminar juntos. Mucho de esto hay en los dos volúmenes del martirologio, de laicos que refugiaron en sus casas a sacerdotes o religiosos, y de cómo estos se ayudaron unos a otros. En el museo tienen guardado un libro ajado con un hueco hecho en su interior. Cuenta la vicepostuladora que lo usó una teresiana, funcionaria de prisiones, para esconder en una cajita de pastillas formas consagradas por el padre Poveda y repartirlas a las hijas de la Caridad en sus refugios. «Esto es la dimensión de Iglesia», sonríe sor Ángeles.

El Códice de San Isidro, reeditado

El lunes 7 de noviembre también se presenta una nueva edición del Códice de San Isidro, que recoge la reproducción en facsímil del documento escrito en el siglo XIII, su transcripción y la traducción en latín. Los trabajos han sido realizados por Tomás Puñal, doctor en Geografía e Historia y miembro del Instituto de Estudios Madrileños, y se enmarcan en la celebración del Año Santo de san Isidro. La presentación será a las 13:00 horas en la sala capitular de la catedral de la Almudena, y estará presidida por el cardenal Osoro. Él mismo introduce la obra: «Podemos descubrir en el códice la confianza que el santo puso en Dios Padre durante su vida, incluso en los actos cotidianos».