La vida consagrada, en sus múltiples formas y carismas, ha sido un pilar fundamental en la historia de la Iglesia, reflejando una adhesión profunda y radical al Evangelio, un testimonio vibrante de la fe y un compromiso permanente de servicio a los demás.
Del Sínodo…
En el documento final del Sínodo de 2024, la vida consagrada es presentada como una vocación que necesita ser profundizada y revitalizada. Ocupa un lugar significativo, subrayando su rol esencial en la misión de la Iglesia, junto con su capacidad de renovación en un mundo en constante cambio. Ahora bien, la nota primordial que le atribuye es una llamada especial a «interpelar a la Iglesia y a la sociedad con su voz profética» (DF 65) que puede ser traducida en varios aspectos:
Una espiritualidad profunda: la centralidad de la oración como signo de la primacía de Dios y fuente de fortaleza y guía en la misión consagrada.
Renovación carismática: la necesidad de redescubrir los carismas fundacionales de cada congregación / institución y adaptarlos a las necesidades actuales de la Iglesia y del mundo.
Comunión fraterna: fomentar una vida comunitaria auténtica que sea un testimonio vivo del amor de Cristo y que promueva la unidad y la colaboración dentro de la Iglesia (laboratorios de interculturalidad).
Compromiso social: los consagrados están llamados a estar en las periferias, acompañando a los más necesitados y siendo voz de los que no tienen voz.
Sus dinámicas de escucha y discernimiento, con sus «instituciones y procedimientos consolidados» (capítulos, visitas canónicas, dinámicas internacionales…), pueden ser fuente de inspiración (DF 99) de cara a una Iglesia sinodal en la que el presbiterio se enriquezca con la peculiaridad de los carismas (DF 72) y se colabore estrechamente con los obispos desde una profunda comunión eclesial en la única misión de la Iglesia local (DF 65).
…al Jubileo
Fundamentados en el acontecimiento sinodal, el Jubileo universal, tiempo de gracia y conversión, es una llamada a la esperanza y a la renovación espiritual. Como toda la Iglesia, los consagrados al servicio de Dios tanto en la contemplación como en las diversas formas de servicio activo, siguiendo la indicación del Papa Francisco, están invitados a transformar los signos de los tiempos en signos de esperanza. Su realidad, transida de luces y sombras, ha de convertirse en la materia prima para presentarse como testimonio de esperanza inquebrantable en medio de las dificultades del mundo.
No debemos olvidar que la vida consagrada posee una dimensión escatológica que la hace emerger como un faro de luz para la Iglesia y el mundo: «Y como el pueblo de Dios no tiene aquí ciudad permanente, sino que busca la futura, el estado religioso, por librar mejor a sus seguidores de las preocupaciones terrenas, cumple también mejor, sea la función de manifestar ante todos los fieles que los bienes celestiales se hallan ya presentes en este mundo, sea la de testimoniar la vida nueva y eterna conquistada por la redención de Cristo, sea la de prefigurar la futura resurrección y la gloria del reino celestial» (LG 44).
Bajo esta clave de signo escatológico que apunta y atrae a todos hacia el cielo, el Jubileo universal brinda una oportunidad única para que los consagrados renueven su compromiso con la misión de la Iglesia, intensifiquen su vida de oración y se conviertan en testimonios vivos de la esperanza cristiana, ancla de confianza para muchas situaciones de nuestro mundo necesitadas de un soplo de fuerza, aliento y vida.