Víctimas y tráfico de personas - Alfa y Omega

Hace un par de semanas, a las puertas de la ciudad estadounidense de San Antonio, se encontró un tráiler abandonado con 67 personas procedentes de México, Honduras, El Salvador y Guatemala. 53 de ellas habían fallecido a causa del calor y de la sed. 40 eran varones y 13 eran mujeres. Las 14 restantes fueron internadas en hospitales. Por las mismas fechas, en otra frontera, la que separa España de Marruecos, fallecieron al menos 37. Todos hemos visto las imágenes. En este caso, los muertos no lo fueron a causa del calor ni de la sed, sino de las palizas propinadas por la guardia fronteriza marroquí. La mayor parte eran varones jóvenes de Sudán.

En uno y otro caso los medios, los responsables de migración, las Fuerzas de Seguridad, hablan de mafias. Más allá de que los traficantes puedan ser usados como excusa, el tráfico de seres humanos se ha convertido en una actividad criminal lucrativa que atenta contra la seguridad de las personas, así como contra la seguridad internacional, porque implica siempre el cruce de fronteras por medios ilícitos. Denunciar este delito y la perversión de las asociaciones criminales no supone ignorar la gravedad de políticas migratorias injustas, inadecuadas y faltas de realismo.

El tráfico de seres humanos y la trata se han convertido en negocios que mueven unos 32.000 millones de dólares anuales y afectan a más de 40 millones de seres humanos. Desde el Grupo Santa Marta, creado por el Papa en 2014, la Iglesia católica trabaja con jueces, policías, instituciones religiosas, representantes políticos y de organismos internacionales para generar una estrategia basada en la cooperación. La comprensión del fenómeno y el estudio de sus causas no puede postergar la atención directa y efectiva a las víctimas. En la última reunión, el foco del discurso de Francisco se puso en la atención a las víctimas. Sostener, acompañar y reintegrar socialmente, subrayó, son, sin lugar a dudas, la expresión más fiel del deber de caridad fraterna. Quizás haya muertes en las fronteras que la Iglesia no pueda evitar, pero sí hay infinidad de vidas que pueden y deben ser atendidas.