Verano en diciembre. Danos la gracia de querer... querer - Alfa y Omega

Pocas veces lo verdadero escoge unos testigos tan acertados como frágiles, tan bellos como desconcertantes. Pocas veces —repito— una abandona una sala de teatro con un grito en la garganta y unas cuantas lágrimas en los bolsillos. Pocas veces, cómo no, te enfrentas a tu historia y la contemplas a hurtadillas en otros rostros tan iguales al tuyo, que lo único que sientes es terror y amor a partes iguales. Pocas, pero muy pocas veces, una se rompe y el teatro la sostiene. Una se desmorona y las palabras la acompañan. Una grita «vida» y descubre que la VIDA la está esperando a la vuelta de la esquina. Esto y mucho más es Verano en diciembre…

Carolina África, premio Calderón de la Barca 2012, presenta en La Belloch (ya saben, una de esas salas de teatro pequeñitas y encantadoras que pueblan con luz los lugares más recónditos de la capital) esta pieza teatral que habla de la felicidad. Esa necesidad innata del ser humano por construir sin prisas una eterna sonrisa que lo envuelva. Una constante en cada uno de nosotros que nos empuja a desnudarnos de las miserias y a edulcorarnos —pero poco— de las virtudes. Me entienden cuando les hablo de la felicidad, ¿verdad? Eso que en Verano en diciembre se reivindica desde la sencillez de una familia normal (como puede ser la de cualquiera de nosotros), donde la ausencia del padre marca a cuatro generaciones de mujeres que irremediablemente caminan por la vida de la mano; cogidas bien, bien fuerte.

Y claro, entenderán que como cualquier familia normal que se precie, la ojeriza entre hermanas esté garantizada; los celos también, los reproches, los chistes, los enfados, los llantos y las risas. Una abuela enferma que tan pronto te lanza un beso como te suelta una puñalada; una madre pía, una hija rebelde, otra insoportable; la débil y cariñosa, la ausente, la nieta… Toda una saga matriarcal que sirve de marco para contar la historia de un hogar en el que cada uno de sus miembros lucha por sobrevivir y de qué manera.

Porque quizá se trate de eso: de vivir. De comprender que luchamos para seguir creciendo de la mano de quienes nos rodean, seres frágiles como nosotros que te hacen la vida más fácil con sus guiños y manos extendidas. En la obra, descubrirán a muchos de esos ángeles que les menciono. Las amistades que uno elige, sin ir más lejos, o las lecciones que una va guardando en su monedero dispuesta a compartirlas a la primera de cambio. Es una casa mágica, ciertamente. Demasiado normal para ser verdadera. Con demasiada verdad para ser normal.

Pero si todavía no lo he dicho no ha sido por falta de ganas. Verán, en la obra uno se ríe, sí, se ríe mucho. O es que pensaban que hablar de la vida no invita a la risa. Preparen los músculos de la cara porque la van a contorsionar. Entre la sonrisa perpetua, el duelo y la carcajada tendrán que buscar un descanso, créanme. Y no olviden apuntar. Descubrirán que hay una obra «sin título» que está esperando que alguien la nombre. No sé ni cómo ni de qué manera pero está a la espera de que usted, sí, usted, tome de la mano su mayor secreto y lo desenmascare.

Bravo por el texto, la dirección y la interpretación de Carolina África. Bravo también por Almudena Mestre (dan ganas de abrazarla). Lindas Lola Cordón, Pilar Manso y Virginia Frutos.

Cuando salí del teatro la VIDA me estaba esperando fuera. Le dije que la pena y la sonrisa me guiaban los pasos. Estiró los brazos para rodearme. Me sostuvo la mirada y me pidió la gracia de querer… Ya saben, de querer que las cosas sigan como están, construyendo, poco a poco, esto que llamamos vida, esto que sucede en cada casa, en cada rincón de nosotros mismos, en cada memoria que se perpetúa.

Como siempre, ¡gracias!

Verano en diciembre

★★★★★

Teatro:

La Belloch

Dirección:

Calle Peñuelas, 61

Metro:

Embajadores, Acacias

OBRA FINALIZADA