Una semana en Liberia
Zadie Smith no es periodista, sino que vive de la literatura con merecimiento. Lleva pocas novelas, pero le va creciendo el músculo del buen hacer. Es londinense, tiene ese tipo de piel oscura que es más negra menguante que creciente, y se la rifan en los periódicos para las críticas de libros y cine. Recientemente, la editorial Salamandra ha sacado a la luz una recopilación de artículos de la escritora, bajo el título Cambiar de idea. Es un cajón desordenado con un millón de asuntos, y quiero destacar el cuaderno de notas que escribiera cuando se marchó una semana a Liberia, a conocer de cerca la reconstrucción de un país estructuralmente sufridor.
En los colegios se dio cuenta de que los niños querían largarse cuanto antes de su tierra, por eso querían ser pilotos o echarse a la mar. Liberia ha padecido una mayúscula depredación, la de las multinacionales que han querido explotar la tierra en beneficio de los foráneos, con concesiones y contratos de risa. De hecho, Firestone se instaló en el país para crear una fuente permanente de caucho para el ejército norteamericano, y digamos de pasada que el caucho no es autóctono de Liberia.
Zadie lo va mirando todo con sus grandes ojos y anota cuanto escucha. Recordemos que el país se ha visto inmerso en dos guerras civiles recientes, 1989-1996 y 1999-2003, que han desplazado a cientos de miles de sus ciudadanos, con devastadoras consecuencias para garantizar una economía estable. Una liberiana le dice a la escritora: «Ay, hija mía, aquí hay excombatientes por todas partes. La gente vive al lado de niños que mataron a sus propias familias». ¿Y qué es de esos niños-soldado? ¿Quién se ocupa de su recuperación?
Al final de su periplo, Zadie Smith se acercó al Don Bosco Homes, una institución católica especializada en la rehabilitación de niños excombatientes. Estremece escuchar a uno de los chavales: «Me llamo Richard, la guerra es algo que te destruye incluso el pensamiento. Ya no quiero violencia dentro de mí. Cada vez que me siento y pienso en el pasado, mi actitud es: Voy a elevarme». Los salesianos, los hijos de Don Bosco, no ponen carreteras, ni puentes, ni dialogan con Firestone para garantizar condiciones de seguridad para los trabajadores. Sus preocupaciones van más adentro, a la verdadera infraestructura del país: la rehabilitación de las almas de los niños, que es donde Liberia se la juega.