Una santa para hoy
Alguien me dijo en una ocasión que había que proponer la vida de los santos de Madrid con un sentido nuevo, ya que todos ellos –y son muchísimos los que en esta Villa han dejado ejemplo de vida santa, aunque no hayan llegado a alcanzar la gloria de los altares– nos ofrecen un amplio abanico de virtudes y vivencias que siguen siendo actuales.
Es el caso de santa María de la Cabeza –o María Toribia– que vivió a finales del XI y principios del XII. Aunque su devoción está muy difundida, son pocos los que conocen la vida de quien compartiera sus días como esposa de un santo que destacó por su humildad, caridad, profundo espíritu de oración y laboriosidad: san Isidro Labrador. No me puedo imaginar la vida de María sin compartir los anhelos, inquietudes y deseos de Isidro.
Pero vivir al lado de un santo no debe de ser tarea fácil. María demuestra su calidad humana. El milagro de la olla, cuando Isidro le pide a su mujer que atienda a un menesteroso sacando comida de un puchero que ella sabía vacío, es muestra evidente: obedece y descubre, admirada, que la olla rebosa alimento.
Cuenta la tradición que, de mutuo acuerdo, ambos esposos se separan para dedicarse a la oración. Ella vive en Torrelaguna, cuidando la ermita de la Virgen de la Piedad… Difamada ante su marido, los maldicientes descubrieron asombrados cómo María tendía su mantilla sobre las aguas del Jarama y cruzaba andando por encima del río para proveer de aceite la lamparilla del Santísimo. Fe en Dios y vida de oración que queda patente en la conformidad con la que ambos esposos se arrodillan ante el pozo en el que había caído Illán, pidiendo al Señor fuerzas para aceptar su voluntad ante la pérdida de su único hijo, momento en el que se produce una subida de las aguas y aparece el niño flotando.
Declarada beata, llevan a la ermita de Torrelaguna un relicario con su cabeza. Al ir la gente a venerar su cabeza se empezó a decir la cabeza de María –María de la Cabeza–, nombre con el que se la conoce desde entonces. La tradición popular la calificó digna de veneración, por lo que Inocencio XII inscribió su nombre en el santoral en 1697. Hoy nos ofrece un ejemplo de amor a Dios y de profunda devoción a la Virgen, de amor a la familia y al prójimo, y de amor al trabajo que todos podemos imitar.