Una réplica en un pueblo remoto de Perú permitió la reconstrucción de la Piedad de Miguel Ángel
El ataque a martillazos de 1972 se solucionó gracias a una copia exacta de la escultura que providencialmente se conservaba en el altiplano peruano
Fue tal día como hoy, un 21 de mayo de 1972, cuando un perturbado entró en la basílica de San Pedro, saltó por la balaustrada de la escultura de la Piedad de Miguel Ángel Buonarroti y empezó a darle golpes con un martillo de geólogo. Una de las obras más destacadas del Renacimiento italiano y una de las más famosas del mundo quedó destrozada en cuestión de segundos. De la nariz de la Virgen solo quedó un recuerdo, un ojo y el velo resultaron muy dañados, y el brazo izquierdo y la mano estaban destrozados. En el suelo quedaron desparramados 100 pedacitos de mármol de Carrara.
Cuando el Papa Pablo VI fue informado, inspeccionó la escultura mutilada y declaró que el ataque comportaba «graves daños morales» en un patrimonio «que pertenece a toda la humanidad». Luego, bendijo a la multitud que se había reunido en torno a la figura, y tras ser cubierta por una tela, hizo colocar un ramo de rosas como ofrenda.
La misión de reconstrucción parecía imposible, pero varios expertos recurrieron a los archivos vaticanos y descubrieron que existía una réplica exacta en Perú, cerca del límite con Bolivia, según cuenta un reportaje del portal Infobae. Meses después del atentado llegó una comitiva del Papa Pablo VI a la pequeña ciudad de Lampa, en el altiplano peruano, muy cerca del lago Titicaca. Allí se encontraba una réplica exacta de la escultura de Miguel Ángel, en una capilla remota dedicada a Santiago Apóstol, y que a diferencia de la del Vaticano era completamente negra. Fue el senador peruano Enrique Torres quien convenció al Papa Juan XXIII en 1960 de enviar la réplica a su Lampa natal, a pesar de que este era reacio a hacerlas.
Arquitectos italianos llegaron al altiplano y tomaron las medidas necesarias para restaurar la pieza original. Allí se encontraron materiales más sencillos que la renacentista, en una versión más liviana de aluminio que hoy se encuentra en el Museo de la Municipalidad Provincial de Lampa, Esa copia fue la utilizada para salvar a la original, en una restauración que tuvo lugar dentro de la misma basílica de San Pedro.
El trabajo duró diez meses, oculto tras una mampara, y estuvo dirigido por el historiador de arte brasileño Deoclecio Redig de Campos, que eran entonces director general de los Museos Vaticanos. Cuando terminó, la imagen fue protegida por un grueso cristal antibalas y desde entonces ya no se puede apreciar como antaño.