Una palabra tuya - Alfa y Omega

Una palabra tuya

Lunes de la 24ª semana del tiempo ordinario / 1 Corintios 11, 17-26. 33

Carlos Pérez Laporta
Cristo y el centurión. Toledo Museum of Art. Ohio (EE. UU).

Evangelio: 1 Corintios 11, 17-26. 33

Hermanos:

Al prescribiros esto, no puedo alabaros, porque vuestras reuniones causen más daño que provecho.

En primer lugar, he oído que cuando se reúne vuestra asamblea hay divisiones entre vosotros; y en parte lo creo; realmente tiene que haber escisiones entre vosotros para que se vea quiénes resisten a la prueba.

Así, cuando os reunís en comunidad, eso no es comer la Cena del Señor, pues cada uno se adelanta a comer su propia cena y, mientras uno pasa hambre, el otro está borracho.

¿No tenéis casas donde comer y beber? ¿O tenéis en tan poco a la Iglesia de Dios que humilláis a los que no tienen?

¿Qué queréis que os diga? ¿Que os alabe?

En esto no os alabo.

Porque yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: que el Señor Jesús, en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y, pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo:

«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía».

Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo:

«Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía».

Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.

Por ello, hermanos míos, cuando os reunís para comer, esperarnos unos a otros.

Comentario

«No soy digno de que entres bajo mi techo; por eso tampoco me creí digno de venir a ti personalmente. Dilo de palabra y mi criado quedará sano». Es curioso, porque poco antes los ancianos de los judíos le habían anunciado por su dignidad: merecía la atención de Jesús por su piadoso amor a Israel. Era digno de Israel, pero indigno de la presencia de Jesús en su propia casa. Ciertamente, porque lo más probable era que no fuera judío, y que su casa debiera considerarse impura. Pero no es solo esa indignidad cultural la que carcome su corazón, porque ni siquiera se ha atrevido a venir en persona y al mismo tiempo reconoce en Jesús la potencia divina de su palabra: veía en Jesús al judío, pero no sólo eso; en él reconocía la palabra de Dios.

Por eso, nosotros los cristianos nos hemos apropiado de la frase de este hombre, adaptándola, para decirla en el momento previo a la comunión: «Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme», decimos también con más fe que todo Israel. Cuando nosotros la decimos, ya no es el criado el que queda sanado, sino nosotros mismos. Su palabra basta para sanarnos a nosotros. Y lo decimos precisamente antes de que entre en nuestra indigna morada interior, porque para que pueda entrar basta que su palabra nos salve. Su palabra nos salva cuando al escucharla se cumple, como con el criado. El Señor puede entrar bajo nuestro techo porque hemos escuchado su palabra y nos ha transformado; hemos podido seguir su voluntad porque al escucharla nos ha conmovido. Su palabra nos ha hecho dignos porque nos ha hecho capaces de seguirle, de esperarle, y así recibirle en nuestro castillo interior. Es por eso que comulgamos.