¡Cristo ha ascendido victorioso del abismo! Vivid en este tiempo pascual la alegría que nace de sabernos queridos y amados por Dios. Celebremos todos que, por pura gracia, hemos sido injertados en el Misterio Pascual de Cristo, pues hemos muerto con Él y hemos resucitado con Él, para reinar siempre con Él. Con todas mis fuerzas, quiero hacer para cada uno de vosotros esta oración en voz alta. Escúchala como si fuera dirigida directamente a ti, acógela en tu corazón. Apacigua todo lo que pueda acontecer en tu vida. Escucha, haz silencio, contempla lo sucedido. ¡Jesucristo ha resucitado! Es una noticia que cambia todo. La vida y la historia tienen nueva dirección. Lee tu vida, la de los demás y todo lo que existe, de una manera nueva. Hazlo con el aliento del Amor que te entrega Jesucristo resucitado. Colma la vida de esperanza. De esa esperanza que viene de Él. Prueba la dulzura de su benevolencia. Toma posesión de la fuerza que el Señor ye ha entregado con su Vida. Aclara la mirada que haces sobre todas las cosas y sobre los hombres, con la luz que viene de Jesucristo. ¡Qué claridad! ¡Qué belleza adquieren todas las cosas! Cuando estés turbado o llegue la desesperanza, busca la serenidad y sáciate en Él. Solamente Él te hará recobrar la serenidad y la esperanza. Cuando sientas la debilidad, busca en Él fortaleza y ánimo, la fuerza para el camino y para animar a quienes tienes a tu lado. Cuando descubras que te desvías, o que son los demás quienes se desvían, encuéntrate con Él y haz posible que, por tu modo de vivir, los otros se encuentren con quien es el Camino, la Verdad y la Vida. Así se endereza la senda y entras por el único camino que tiene el ser humano, que es Jesucristo. Cuando estés enfermo de cualquier clase de enfermedad y, sobre todo, de la más grave para la existencia del hombre, de esa enfermedad que es no saber quiénes somos ni para qué estamos en la vida, pide al Señor que te cure. Entrar en el río de la gracia y en la experiencia de su amor te traerá salud. Esa que necesita el hombre y que solamente puede entregar Jesucristo Resucitado.
Cuando estés sin luz y, por tanto, en la oscuridad: Señor, danos la luz de tu Resurrección, que hace ver todo de un modo nuevo.
Que nunca rechacemos la fuerza de la gracia que Tú quieres que llegue a todo hombre. Haznos conocerte siempre. Danos tu enseñanza. Tórnanos a la integridad que sabemos que solamente llega contigo.
Que con tu Resurrección, penetremos lo impenetrable.
Que desde tu Resurrección, entremos en la profundidad del secreto que Tú y solamente Tú, abres para el hombre. Que sepamos entrar en la profundidad de tu Misterio.
Tu Resurrección, Señor, nos ha dado la riqueza que necesita el ser humano para vivir. Eres la riqueza frente a toda indigencia. Eres el objetivo final de mi larga súplica. Eres la meta a donde confluyen todos mis deseos. Concédeme tu favor. Extiende tus riquezas sobre mi pobreza y mi desnudez.
Con tu Resurrección, mis miedos desaparecen, mis debilidades se convierten en fortaleza, mis ambiciones y egoísmos se tornan en generosidad y en entrega de toda mi vida a los demás, mis penas se curan.
No compliquemos el anuncio. Digamos: ¡Ha resucitado, Él vive!
Seamos valientes para hacer a la Humanidad entera el anuncio de la Resurrección. Hagámoslo así: ¡Ha resucitado, está vivo! No compliquemos el anuncio. Digamos simplemente: «¡Ha resucitado!… ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?» (Lc 24, 5).
Sin la resurrección de Cristo, el ser humano y la Historia permanecen a oscuras, como permaneció a oscuras lo que en el principio existía, hasta que Dios dijo: Hágase la luz. Así ha permanecido en la oscuridad todo hasta la resurrección de Cristo. Sabed que cuanto existe y se mueve dentro de la Iglesia: sacramentos, palabras, instituciones, saca su fuerza de la resurrección de Cristo. Ante el anuncio de la Resurrección, se abren dos caminos: el de entender para creer, y el de creer para entender. No son irreconciliables, pero la diferencia entre ellos es notable. Os invito a que escojáis el que el Apóstol propone: «Estos signos han sido escritos para que creáis» (Jn 20, 31), es decir, el de creer para entender. «Ha resucitado para nuestra salvación» (Rm 4, 25). De tal manera que la salvación depende de la fe en la Resurrección. Hacer Pascua, es decir, pasar de la muerte a la vida, significa creer en la Resurrección.
La fe en la Resurrección es tan importante que de ella depende todo en el cristianismo. ¿Cómo se consigue la fe y de dónde se saca? San Pablo lo dice claramente: «La fe surge de la proclamación» (Rm 10, 17). En definitiva, depende de que escuche con una profunda disposición esta palabra: ¡Ha resucitado! Y cuando se escucha, entra y se genera algo nuevo en la existencia.
Un compromiso para esta Pascua
¿Qué compromiso os pediría en esta Pascua del año 2015? El mismo que tuvieron los discípulos primeros del Señor: comenzar de nuevo el camino, pero ahora con la novedad absoluta que trae la resurrección de Cristo, sabiendo que hemos renacido, que todo ha sido regenerado. Y esto trae una gran capacidad de esperanza. La Iglesia nace de un movimiento de esperanza y, cuando este movimiento falta, es señal de que no se cree del todo en la resurrección de Cristo. Hoy, hay que despertar en la Iglesia este movimiento de esperanza si es que queremos dar un nuevo impulso a la fe.
Os voy a contar algo que describió muy bien un poeta creyente: las tres virtudes teologales (fe, esperanza y caridad) son como tres hermanas. La fe y la caridad son como las hermanas mayores. La esperanza es la hermana menor, y va en medio de las otras dos, dándoles la mano. Pareciera que las dos mayores llevan a la menor. Sin embargo, es todo lo contrario. Es la esperanza quien tira de la mano de la fe y la caridad. No hay ninguna propaganda que pueda hacer tanto como la esperanza. Por eso, cuando se ataca la esperanza de los cristianos, se ataca algo esencial. La esperanza mueve a los jóvenes, a los mayores, a las familias. Regalar la esperanza es lo más hermoso que podemos hacer. Por eso, el anuncio: ¡Ha resucitado!, quiere expresar que todo es diferente ya con el triunfo de Jesucristo.