El caos y la violencia del 6 de enero en el Capitolio de Estados Unidos marcó el comienzo de una nueva era. Aproximadamente la mitad de los votantes estadounidenses, unos 74 millones, respaldaron la visión del presidente Donald Trump de unos Estados Unidos con fronteras más seguras, políticas más proteccionistas para las familias y la libertad religiosa, mayor patriotismo y el prometido regreso a la prosperidad económica para los trabajadores.
Pero la inesperada y perturbadora presidencia del empresario y estrella de televisión tuvo un final inquietante con el espectáculo de algunos de sus partidarios irrumpiendo violentamente en el Capitolio, con una ira alimentada en parte por las teorías de conspiración de fraude electoral y la reivindicación del propio presidente de unas elecciones robadas. Al día siguiente, con el resultado de al menos cinco personas muertas y el abandono de sus principales colaboradores y aliados más cercanos, Trump finalmente reconoció su derrota en la carrera presidencial ante el ex vicepresidente de Estados Unidos Joe Biden.
En su campaña Biden, de 78 años, aseguró a los votantes que era todo lo que Trump no era, y que ayudaría a sanar a un país gravemente dividido. Biden es, quizás, una de las últimas figuras de la política estadounidense que no oculta ni disimula sus creencias religiosas. Se convierte así en el segundo católico en ser elegido presidente en la historia de la nación, después de John F. Kennedy en 1960. La fe de Biden se celebró en algunos medios de comunicación católicos, y en sus limitadas apariciones públicas durante la campaña se refirió, con frecuencia, a su asistencia a Misa, a sus buenos recuerdos de las escuelas católicas, a su afición por llevar un rosario en el bolsillo y a cómo su fe le ayudó en momentos de tragedias familiares. En su discurso de victoria, y de nuevo en su primer discurso como presidente electo, Biden citó un conocido himno católico, On Eagle’s Wings (Sobre alas de águila). El 12 de noviembre, el Papa Francisco le llamó para felicitarle. Sin embargo, muchos de los obispos católicos del país lamentan que las posiciones de Biden sobre asuntos de clave social conllevan un rechazo de las enseñanzas morales de la Iglesia.
Preocupación de los obispos
En la reunión anual de obispos de Estados Unidos en noviembre, el presidente de la Conferencia Episcopal, el arzobispo de Los Ángeles, José Gómez, expresó su profunda preocupación por las promesas de Biden de ampliar el apoyo del Gobierno al aborto, al control de la natalidad y a los derechos de las personas trans, y dijo que tales políticas «suponen una seria amenaza para el bien común».
La Iglesia en EE. UU. está dividida sobre cuánta importancia se debe otorgar a estos temas en comparación con los fuertes compromisos de Biden con la reforma migratoria, la pena de muerte y la protección ambiental. Los primeros análisis indican que Trump y Biden dividieron el voto católico, y Trump obtuvo una mayor proporción de votos de los católicos practicantes.
Con la toma de posesión, el 20 de enero, se espera que la Administración Biden restablezca los fondos para las iniciativas internacionales de planificación familiar, convirtiendo una vez más a Estados Unidos en un exportador de anticonceptivos a países del tercer mundo. Biden ha elegido como ministro de Sanidad a Xavier Becerra, quien, como fiscal general de California, abogó ferozmente por los derechos al aborto, incluido el enjuiciamiento de los opositores al principal proveedor de abortos del país, Planned Parenthood.
Al mismo tiempo, los obispos del país esperan encontrar el apoyo de Biden para poner fin a las ejecuciones federales, para aprobar protecciones ambientales más fuertes y para restaurar alianzas globales desgastadas que persigan el enfoque del «bien común» descrito por el Papa Francisco en Fratelli tutti, especialmente en desafíos como la pandemia del coronavirus. También esperan que Biden deshaga las políticas que han exacerbado la crisis humanitaria a lo largo de la frontera de Estados Unidos con México, incluida la separación de los niños inmigrantes de sus familias.
Para demostrar que su fe católica, y no solo la conveniencia política, afecta a sus decisiones, Biden deberá esforzarse en escuchar a los católicos que no le apoyaron en 2020. Necesitará sentarse con líderes católicos (no solo obispos) y escuchar sus preocupaciones sobre lo que el Papa Francisco ha llamado la cultura del descarte, a la que han contribuido ciertas políticas progresistas y conservadoras. También tendrá que tranquilizar a muchos católicos temerosos de que el flanco izquierdista de su partido imponga a su Gobierno políticas en materia de control de la natalidad, aborto e igualdad de género que vayan en contra de las conciencias cristianas y las libertades religiosas de instituciones católicas.
Con su propio partido controlando ambas cámaras del Congreso, Biden también se enfrentará a presiones para exigir represalias contra Trump y sus partidarios. Pero si se toma en serio la reconciliación nacional, deberá buscar una reconciliación genuina con sus enemigos políticos, que incluyen a compañeros católicos. Aquí Biden tiene una oportunidad única de predicar con el ejemplo.
El mayor peligro de los próximos cuatro años es la tentación de los cristianos estadounidenses de idolatrar el poder político. Durante los últimos cuatro años ha habido señales inquietantes de que católicos y evangélicos políticamente conservadores han considerado a Trump como una especie de mesías que podía proteger a los creyentes de las intrusiones de una élite secular cada vez más agresiva.
Algunos piensan que la salida de Trump de la Casa Blanca finalmente traerá la normalidad y la paz al país. Pero con la represión contra Trump y algunos de sus partidarios en las redes sociales, a raíz de los ataques al Capitolio, existe una nueva alarma y preocupación: que para millones de estadounidenses nada bueno puede salir de la presidencia de Biden y que deben detenerlo a toda costa.
En esta situación, los obispos deberían aprovechar la presidencia de Biden como una oportunidad para evangelizar. Quizás los últimos cuatro años han demostrado a los católicos estadounidenses que ningún grado de seguridad financiera, poder político o incluso de salud pueden dar la felicidad que esperamos. Pero si hay Alguien que puede, entonces esa es una buena noticia que todos merecen escuchar, sin importar quién esté en la Casa Blanca.