Una mirada de perdón y de amor
8º domingo del tiempo ordinario / Evangelio: Lucas 6, 39-45
El Evangelio de este domingo presenta la última parte del discurso de la llanura de Lucas, pronunciado por Jesús después de bajar del monte con los doce discípulos a los que hizo apóstoles. El evangelista recoge diferentes frases, palabras e imágenes que define como parábolas y que se refieren sobre todo a la vida de los creyentes en las comunidades.
Así, Lucas presenta frases breves, expresadas mediante emparejamientos: dos ciegos, discípulo y maestro, tú y tu hermano, dos árboles, dos casas (cf. Lc 6, 46-48). Este estilo pertenecía a la retórica oral, destinada a facilitar que las palabras quedaran impresas en la memoria de los oyentes.
La primera lección surge precisamente de una pregunta retórica: «¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerían los dos en un hoyo?». Se trata de una advertencia, dirigida a cada discípulo que no quiere reconocer sus propias limitaciones y errores, pero pretende a toda costa enseñar a los demás. También se dirigen estas palabras a los guías de la comunidad cristiana, aquellos que detentan la autoridad y enseñan a los demás, pero que a veces padecen la ceguera: denuncian los pecados de los otros, condenan severamente a los demás, sin examinarse antes a sí mismos.
Después sigue una frase sobre la relación entre discípulo y maestro, como una verdadera llamada a la formación: el discípulo sigue al maestro, acepta ser instruido por él, se dispone a recibir la enseñanza con gratitud. Además, según la tradición rabínica, el discípulo aprende no solo de la boca de su maestro sino estando cerca de él, compartiendo su vida con él, en una actitud humilde que nunca se sitúa en la autosuficiencia. El maestro es auténtico cuando hace crecer al discípulo, y sabe transmitir con humildad la enseñanza que él mismo ha recibido; el discípulo es buen discípulo cuando reconoce al maestro y trata de imitarlo, viviendo todas las exigencias del discipulado.
Sin embargo, Jesús no se limita a situar la relación entre el maestro y el discípulo dentro de la tradición rabínica, sino que la trasciende, indicando cómo su seguimiento implica ir a donde Él va, vivir su misma vida, hasta el punto de correr su misma suerte: la muerte y, por tanto, la resurrección. El camino de Jesús, de Pasión, Muerte y Resurrección, es el camino de todo discípulo, y solo puede ser recorrido con la gracia del amor de Dios.
A continuación aparece una advertencia sobre la que merece reflexionar: «¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano y no te fijas en la viga que está en tu ojo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Déjame quitarte la paja de tu ojo”, mientras tú no ves la viga que está en el tuyo? ¡Hipócrita!». El cristiano puede ser llamado a corregir a su hermano porque es una necesidad de la vida cotidiana de una comunidad: caminar juntos implica ayudarse unos a otros, hasta llegar a corregirse si es necesario. Sin embargo, Jesús es muy exigente con respecto a la corrección: esta nunca puede ser una denuncia de las debilidades del otro; no se puede pretender sacar a la luz una verdad que humilla al hermano; ni siquiera puede parecer nunca un juicio. Solo Dios puede juzgar, y su juicio siempre es de amor y de misericordia. ¡Cuántas veces la corrección produce división y enemistad, en lugar de provocar conversión y perdón, acabando por separar en lugar de favorecer la comunión! El pecado de los demás nos escandaliza, nos trastorna, nos invita a la denuncia y esto también nos impide tener una mirada auténtica y real sobre nosotros mismos. Lo que vemos en los demás como una viga, lo sentimos en nosotros como una paja; lo que condenamos en los demás, lo excusamos en nosotros mismos. Por eso merecemos muchas veces el juicio de Jesús: «¡Hipócrita!», porque el hipócrita está poseído por un espíritu de mentira, que no sabe reconocer lo que es verdadero, y se divide entre lo que aparece y lo que está oculto, entre el interior y el exterior.
Finalmente, esta serie de frases se cierra con la imagen del buen árbol, que da buenos frutos, frente al árbol malo. Así, Jesús invita a los oyentes a discernir cuáles el verdadero discípulo a partir de los frutos aportados por su vida. El corazón es la fuente del sentir, del querer y del obrar de todo ser humano, donde se juegan las batallas fundamentales de la vida. Si hay amor y bondad en el corazón, entonces la conducta del hermano también será de amor y de bondad, pero si el mal domina el corazón, las acciones serán malvadas y perversas. El Evangelio nos invita a mirar con los ojos del Señor, con su mirada de perdón y de amor. Alabemos la misericordia de Dios, confiemos plenamente en su Providencia, y colaboremos con ella haciéndonos Providencia para nuestros hermanos.
En aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos una parábola: «¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? No está el discípulo sobre su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la mota del ojo”, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano. Pues no hay árbol sano que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno; por ello, cada árbol se conoce por su fruto; porque no se recogen higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos. El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa del corazón habla la boca».