Una mano tendida en la frontera con Bielorrusia
Cientos de migrantes manipulados por el Gobierno de Lukashenko están atrapados entre Bielorrusia y Polonia. Las Cáritas parroquiales son la única organización presente en la zona
En las diócesis polacas de Bialystok, Siedlce y Drohiczyn, los sacerdotes están animando a sus feligreses a que lleven siempre encima, o en el coche, alguna bolsa con agua y comida. Es la forma más fácil de ayudar si se encuentran a alguno de los refugiados, sobre todo iraquíes o afganos, llegados desde Bielorrusia. Quizá acaben de cruzar la frontera. O puede que lleven días escondidos en el bosque sin comida, bebiendo agua embarrada y con temperaturas que ya se acercan a los 0 ºC. Tal vez sea la segunda o tercera vez que intentan entrar en el país. Tienen miedo a las autoridades; pero al final el hambre, la sed, el frío y el agotamiento ganan la partida.
La última crisis migratoria en las fronteras de la UE se desató en agosto, cuando Polonia, Letonia y Lituania registraron un pronunciado incremento en las entradas de inmigrantes ilegales por la frontera con Bielorrusia. Las autoridades polacas aseguran que en octubre se están produciendo unos 500 intentos diarios de entrar. Se habla de al menos siete muertes, y de cientos de personas atrapadas en la zona. Y el problema se extiende: Alemania ya está reforzando su frontera ante las nuevas llegadas, y el domingo desarticuló una patrulla formada por 50 miembros de la extrema derecha que querían vigilar la frontera por su cuenta con bates.
La UE ha denunciado esta campaña de «migración patrocinada por el Estado» y la «utilización de los inmigrantes como armas» por parte de Bielorrusia. En represalia por las sanciones contra el presidente Lukashenko, el Gobierno bielorruso «está organizando vuelos directos desde Damasco y otras ciudades» a Minsk, y llevando a los inmigrantes «en buses a la frontera», explica a Alfa y Omega José Luis Bazán, asesor de Migración y Asilo de la Comisión de las Conferencias Episcopales de la Comunidad Europea (COMECE).
La reacción de Polonia, desplegando más de 6.000 soldados en la frontera, «significa que lo ha tomado como un acto de guerra». Bazán cree que no le falta razón, porque «la idea es desestabilizar el país y crear un conflicto con la UE». En septiembre, Polonia decretó el Estado de emergencia y creó un área de exclusión de tres kilómetros en torno a los 418 de frontera, a la que solo pueden pasar los residentes. También ha dado permiso a la guardia fronteriza para devolver en caliente (valga la ironía) a quien cruce la frontera y rechazar las solicitudes de asilo. Y pretende construir un muro. Es uno de los países denunciados la semana pasada por Amnistía Internacional por devolver a solicitantes de asilo afganos de forma sumaria y ponerles trabas en las fronteras.
La prioridad es ayudar
La Iglesia polaca ha respondido a estas medidas. El 4 de octubre, el presidente de la conferencia episcopal, Stanislaw Gadecki, hizo público un comunicado en el que, mostrándose comprensivo con lo delicado de la situación y con el deber de las autoridades de detectar posibles amenazas, criticaba que se estigmatizara a los recién llegados. «La sensibilidad ante la suerte de las personas que llegan a nuestro país, junto con la asistencia médica y humanitaria a los migrantes, debe convertirse en una prioridad de acción tanto para las instituciones estatales como para las no gubernamentales», afirmaba. Por ello, mostraba su disponibilidad para «unirse a la búsqueda de las mejores soluciones», como la puesta en marcha de corredores humanitarios o la reubicación controlada de los migrantes en el país de destino que elijan.
Pero, de momento, la mejor baza de Cáritas Polonia son los vecinos. Desde la sede central se ha pedido que cada parroquia de la zona de exclusión cree un equipo o un centro de primera asistencia. Se han enviado mil paquetes de emergencia para entregar en las iglesias a los inmigrantes que se acerquen, y para que se los lleven los feligreses o voluntarios de alguna de las redes de ayuda que están surgiendo espontáneamente. «Si hay necesidades más importantes, como mantas o ropa, se organiza con la Cáritas local», con apoyo económico desde la capital, explica su portavoz, Dominika Chylewska. «Estamos en contacto para reconocer las necesidades y responder inmediatamente».
418 kilómetros
6.000 efectivos
Unos 10.000 esperan al otro lado, según Polonia
Otra vertiente de su acción es el trabajo con las autoridades, por ejemplo mediante encuentros con el Ministerio de Interior y Administración, la Oficina de Extranjeros o los responsables de la guardia fronteriza. Una de sus prioridades es intentar enviar ayuda a las personas atrapadas en el lado bielorruso de la frontera, pero «por ahora nos dicen que no es posible», ni siquiera a través de Cáritas Bielorrusia, aclara Chylewska.
Desde Bruselas, COMECE intenta ayudar sobre todo difundiendo entre todos sus interlocutores el mensaje del presidente de los obispos y haciendo hincapié en que, más allá de la vertiente política, hay una crisis humanitaria que resolver. Bazán asegura que estos mensajes acaban encontrando eco. Por ejemplo, en una reunión el día 7 con representantes del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, «nos dijeron que en esta situación», y ante la dificultad de acceder a la zona, «buscaban el apoyo de la Iglesia católica en Polonia».