¡Una de piratas! - Alfa y Omega

¡Una de piratas!

Iñako Rozas
Wim (Ravi Cabot-Conyers) y Fern (Ryan Kiera Armstrong) en una imagen de la serie. Foto: LUCASFILM LTD.

Hay algo profundamente conmovedor en que el universo de Star Wars —vasto imperio de batallas, espadas láser y epopeyas— decida detenerse para contar una historia pequeña, casi infantil, de esas que nos quedábamos leyendo a la noche, tapados con las sábanas e iluminando furtivamente el libro con una linterna. Así es Tripulación perdida, último experimento galáctico de Disney+, que recuerda a aquellos VHS que suplicábamos nos pusiesen durante los interminables veranos de la infancia. «¡Una de piratas!», gritábamos.

No hay galaxias lejanas ni grandes villanos, ni sombreros de capitán, ni galeones hundidos, ni brújulas, ni loros parlanchines. Hay abordajes, camaradería, mapas y una búsqueda que se convierte en muchas, pues su argumento principal —el intento de cuatro niños perdidos en la inmensidad del espacio de regresar a su planeta natal—, se convierte en un auténtico viaje de descubrimiento interior de cada uno de ellos; quienes, pese a no saber dónde están, empiezan a intuir quiénes son. Y es en esa idea de que perderse puede ser una forma —quizá la más noble— de empezar a encontrarse donde reside el principal encanto de sus ocho capítulos, que nos dejan con ganas de más. 

Tripulación perdida tiene, además, otros dos encantos. Primero, la presencia de Jude Law, como ambiguo compañero de aventuras de esos cuatro grumetes, que evoca a aquel viejo Long John Silver, de La isla del tesoro, nuestro pirata por antonomasia. Y, segundo, su forma de contarnos una historia al modo de los viejos cuentos: sugiriendo. Cosa que, en este mundo saturado de lo explícito y del dárnoslo todo bien masticadito, es casi un acto de rebelión.

Probablemente no cambiará la saga, pero deja un eco, un anhelo, una rara nostalgia por lo no vivido. Como si alguna vez hubiéramos volado en una vieja nave hacia lugares remotos, compartiendo camarote con buenos amigos y con nuestro corazón latiendo muy fuerte en busca del más grande tesoro que uno puede encontrar: el hogar.