Fargo. El peso del pecado bajo la nieve - Alfa y Omega

Fargo. El peso del pecado bajo la nieve

Iñako Rozas
Allison Tolman (izquierda) da vida a la 'sheriff' Molly Solverson.
Allison Tolman (izquierda) da vida a la sheriff Molly Solverson. Foto: Movistar Plus+.

Bemidji (Minnesota), 2006. En mitad de un desierto blanco —siempre han dado para mucho los mundos fríos e inhóspitos— cae un meteorito: Lorne Malvo, encarnado excepcionalmente por Billy Bob Thornton. Un antivillano que mata sin odio ni venganza, casi por divertimento, por ver qué pasa. El mal absoluto, que en silencio sonríe porque sabe que no necesita hacer mucho para que su maldad inunde y hiele las almas de quienes toca. Basta una frase: «¿Tú crees que eres un hombre libre?», para que Lester Nygaard, interpretado por Martin Freeman —¿pobre Lester?— diga sí y se desate el apocalipsis. Así arranca la primera temporada de Fargo, que pueden encontrar para deleite en Prime Video y que ni es un thriller ni una serie negra, ni siquiera una adaptación de aquella película de los Coen. Fargo es, y debe ser considerada a mí modo de ver, una parábola. Una que nos recuerda que el pecado se cuela por la rendija más pequeña, triste y sucia, que es la miseria y su consecuente mediocridad. Porque aquí no hay malos malos ni buenos buenos. Hay demonios que tientan y humanos tentados; la cosa es elegir.

Frente a todos ellos Molly Solverson, la actriz Allison Tolman, quien como sheriff en ese inhóspito pueblo recuerda a aquel Gary Cooper solo ante el peligro. No tiene frases célebres ni traumas que vender, solo sentido común, mirada limpia y una terquedad de justicia que ya la querrían muchos. No hay heroicidad cuando tu cruzada es hacer lo correcto porque sí, porque alguien tiene que hacerlo, porque el bien, aunque más torpe y más solo, no deja de ser posible. Y eso, en los tiempos que corren, roza el milagro.

Fargo nos demuestra que la bondad, aunque más lenta, llega; que la nieve no tapa las huellas para siempre y que la elección es siempre no rendirse ante el pecado, humillarse, pedir perdón y seguir luchando. El que tenga oídos, que oiga (Mt 11, 15) y si además tiene ojos, que vea la serie.