Pongamos por delante que no miré el reloj ni una sola vez en las dos horas que duró Una boda feliz. Y eso, señores, no es tarea fácil, porque a estas alturas de la función tengo un paladar resabiao. Menos mal que no me leí la sinopsis antes de sentarme en la butaca, una afición que me he adjudicado recientemente, para no generarme falsas expectativas. Porque esta obra, así contada en dos palabras, digamos que no hubiera sido santo de mi devoción. Ya iba yo con mis prejuicios. Hasta que la vi. Y la disfruté. Y me desternillé.
Léase: Roberto es un soltero empedernido que va a heredar de una tía lejana. Pero para poder acceder a la herencia, ella le ha impuesto la condición de que se case en el plazo de un año —a ver si el zagal asienta la cabeza de una vez, que ya está talludito y no hay manera de enmendarle—. Como el muchachín no quiere renunciar al bello y noble arte de amar cada tres meses a una mujer diferente —un sufridor, ya saben—, propone a un amigo suyo, Lolo, poco listo y con el arroz más pasao que Las Grecas, un matrimonio de conveniencia para cobrar los euros de la tía. Que si no, se van a Cáritas.
Y aquí empieza el enredo, al más puro estilo comedia francesa, como es el caso. Escrita por Gerard Bitton y Michel Munz —versionada por Juan Solo— está plagada de estereotipos muy marcados: el padre de la criatura, que sólo les adelantaré, para no hacer spoilers —telita con la palabra—, que es algo así como un Caballero de la Orden de Malta. El hijo donjuán, que mezcla negocios-amistad-amor hasta hacer un totum revolutum que le estalla en la cara. El amigo tontorrón que luego resulta no serlo tanto, acepta el matrimonio entre amigos, «lo de gays nada, que somos muy heteros» porque no tiene donde caerse muerto. El tercero en discordia, un abogado asqueado del matrimonio y la chica, ella, la que sin saberlo, unifica todas las piezas, completan el elenco delirante, sabiamente dirigido por Gabriel Olivares —chico, los diálogos son trepidantes, ágiles. Mi enhorabuena—.
Ahora bien, entre risa y risa, que hay y mucha, anda la Verdad oculta. El hombre anhela ser amado eternamente. Lo del matrimonio para un rato, y las mujeres cada tres meses, no se lo creen ni ellos. Vean la caricatura, pero sean observadores. Lean entre líneas. Les duele el desamor, se emocionan por sentirse queridos, anhelan la Belleza, disfrutan con la Bondad. Les puede la codicia, que pone a prueba la amistad y hasta la rompe. Me atrevo hasta a decir que prima el egoísmo —que los pobres no necesitan el dinero de la tía Mercedes. Pa Cáritas ni pipas— y el sinsentido. Detrás del vodevil hay historias humanas. Porque el hombre, hombre siempre es, con comedia o drama, con risa o llanto.
Mi enhorabuena al elenco de actores, Agustín Jiménez, Santiago Urrialde, Carlos Chamarro, Manu Badenes y Celine Tyll.
Esta, como tantas obras que vemos, es la historia del hombre.
Me he puesto intensa. Lo sé. No me hagan caso: si no quieren, verán una comedia al estilo La cena de los idiotas o Bienvenidos al norte, donde el enredo se enreda. Disfrutarán, se reirán mucho, pasarán un buen rato. Que la risa en los tiempos del cólera es la mejor medicina. Los que estuvimos esa tarde en el Marquina, salimos un poquito más sanos.
★★★★☆
Teatro Reina Victoria
Carrera de San Jerónimo, 20
Sevilla, Sol, Banco de España
Hasta el 28 de junio