Un trocito de Japón - Alfa y Omega

Hola a todos, mi nombre es Alaitz. Soy de Santurce, sí, el pueblo de la canción. Soy misionera de la comunidad Servidores del Evangelio de la Misericordia de Dios, y vivo en Japón desde hace 16 años. Os voy a contar sobre nuestra vida y misión aquí.

Actualmente tenemos dos pequeñas comunidades, una en un barrio de Tokio y otra en Minami Rinkan, una ciudad de la diócesis de Yokohama. Yo vivo en esta última con otras dos hermanas, una polaca y otra japonesa.

La Iglesia japonesa está formada por 16 diócesis y tres archidiócesis. En Japón somos una minoría, hay un 1 % de cristianos y, de ellos, menos del 0,5 % son católicos. A estos se suman extranjeros católicos que han venido, sobre todo, por razones de trabajo. Al mismo tiempo tiene una historia impresionante de martirio y de casi 300 años de conservar la fe de generación en generación, sin sacerdotes y a escondidas.

Nuestra misión está dedicada especialmente a los jóvenes. Trabajamos tanto con católicos como con no católicos. En general, las personas en Japón están siempre muy ocupadas, trabajan mucho y no tienen tiempo libre. Ese es uno de los desafíos de la misión aquí. Sin embargo, la etapa de la universidad es en la que los jóvenes tienen más tiempo para ellos y en la que podemos proponerles actividades.

En febrero de este año tuvimos una misión joven en Filipinas, con participantes de Japón, Corea y Filipinas. Se sumaron seis jóvenes japoneses, cuatro católicos (una de ellas bautizada hace un año) y dos no católicos. El contacto con el pueblo filipino, con su sencillez y su fe, los ayudó a hacer experiencia de que Dios es alguien vivo, cercano, que los ama pase lo que pase.

Cada mañana empezábamos el día con una motivación y un ratito de oración. Después, teníamos diferentes actividades con los niños y los jóvenes, y hacíamos visitas a las casas, donde leíamos y compartíamos el Evangelio del domingo entre todos. Las familias nos acogían con mucha cercanía y, aunque pobres, nos ofrecían lo que tenían. Por las noches había un momento de compartir lo vivido y me sorprendía cómo Dios iba tocando el corazón de cada uno.

A la vuelta a Japón todos querían reunirse para cuidar esa experiencia y seguir conociendo a Jesús. De ahí nació un grupo al que pusieron por nombre Ovejas. Nos reunimos dos veces al mes, ahora por Zoom, y oramos y compartimos a la luz de la Palabra.